jueves, junio 16, 2005

Apaga las luces, que no tengo sueño

"Siempre recordare el humo sobre sus labios, fumando sobre un viejo piano de madera de música rota de tanto usarse. Ahí de pie, nos miraba a todos con ojos tristes, despidiéndonos de este mundo con cada caída de ojos. Los camareros no se acostubraron nunca a su presencia, más de uno empleo su sueldo en pagar cristales rotos y recuperar corazones partidos.
¿Qué por qué me enamoré de ella?... no sé, es dificil, me recordaba a las películas en blanco y negro, esas con sombras dentro de las sombras, con una fotografía quemada por la exposición a una luz que no tenía permiso para entrar en el fotograma. Llegué al café por casualidad, después de dar un paseo por el viejo, nuevo, malecón...

... huía de los gritos de mi última conquista, aquella en la que el tiempo eran segundos de plomo y pensamientos continuos de "¿qúe estoy haciendo aquí?", quizá la cárcel entre sus piernas me mantuvo más pegado a ella de lo que debí permitirme, no lo dudo.
Al abrir la puerta del antro tomé la silla más cercana y levantá la mano para pedir un gran vaso de ron, no había ganas de pensar durante más tiempo dentro de mi cabeza... El caso es que no me fijé en ella hasta que el camarero me golpeó con su codo al marcharse.
- ¿También le hablaron de nuestro "tesoro"?.
Yo no supe que contestar y asentí, no quería buscarme más problemas y decidí que responder afirmativamente era una buena manera de evitarlos. Fue entonces cuando la vi, o la busqué, como querais pensar.
Estaba allí de pie, con enorme puro en su mano derecha, sentada sobre una silla bien alta, junto al piano. Su cuerpo describía curvas más alla de la frontera de lo fisicamente comprensible, como sí su piel fuera la frontera que no se toca, que del pasaporte se encargaban más arriba.
Tomé el vaso de ron y me lo bebí de un trago, "cuerpo de Cristo" pensé.

Años más tarde escribo estas letras en la misma silla, con el mismo camarero y un parecido ron en el vaso pues hay cosas que siempre van a peor. Recuerdo ante todo su manera de mirar, desafiaba con sus ojos cualquier acto de acercamiento, perfil de mármol, ojos de fuego. Tal vez ese fuera su secreto, por eso me enamoré y nunca le dije nada, tenía miedo de que me viera por dentro, desnudo más allá de lo que me puedo permitir para convencer a alguien de que la quiero.
Ella desapareció un día, y apuesto a que lo hizo sola, imagino que se esfumó envuelta por una nube de humo y protegida por corazones rotos.
Los de todos los que la amamos sin llegar nunca a besarla."

En una lápida en el cementerio de la Habana se puede leer:
María Junquillos Amaya, murió ciega, sorda y muda.
Aquí, en nuestros corazones, no se la olvida.

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