- El asesino estornudó antes de disparar, seguro – terminó el testigo.
- No hay más preguntas señoría – dijo el abogado defensor dándose la vuelta.
El juez leyó lo que había escrito, recapitulando en silencio, y señaló al sospechoso para que subiera al estrado. Éste era un joven de pelo muy corto, como los soldados, que se sentó cabizbajo a su izquierda.
El fiscal extrajo una bolsa del interior de su maletín y se la dejó delante.
- ¿Sabe qué es esto?
El “soldado” miró extrañado el plástico.
- No – contestó.
- Es un pedazo de la camisa del hombre al que disparaste.
- ¡Retire eso de mi vista! – gritó el juez.
- Lo siento señoría.
El fiscal, al reintroducir la bolsa en su maletín, rasgó sin querer el plástico dejando sobre las rodillas de la viuda el pedazo ensangrentado de tela.
- Perdone – dijo apurado.
- ¡¡Achís!! – respondió ella.