Era perfecta para nosotros.
Tenía tres hernias lumbares y la columna torcida como la torre de la iglesia. Sostenía la cabeza a duras penas, danto tumbos sobre el cuello como la campana al dar las horas. Parecía hacer incluso “tolón-tolón” al caminar.
La echamos de menos.
Extrañamos esos andares rotos y esas manos retorcidas hacia dentro, como intentando agarrar sus propios hombros mediante un abrazo raro, curvo y siniestro.
Nos gustaba lanzarle fruta mientras la insultábamos.
Ciruelas, mandarinas y algún que otro melón pasado eran balas perfectas. En verano la plaza se convertía en un campo de tiro con ella como diana.
Ahora que ya no está necesitamos un sustituto y es difícil encontrar a alguien que reciba los golpes sin rechistar. En una semana tendrá lugar el vencimiento del plazo y si no aparece otro igual habrá que solucionarlo. Es obvio que si no existe estaremos obligados a fabricarlo.
0 Respuestas:
Publicar un comentario