miércoles, junio 29, 2011

El astronauta


El astronauta cayó en un parque de atracciones. Caminó hacia la estructura a oscuras en un mundo de dos soles. La gravedad, exacta a la de la Tierra, le facilitaba la maniobra. Sacó su cámara de vídeo y lanzó la célula satélite de grabación. En el puesto de mando, a miles de años luz, un grupo de seres humanos estaba mirando su señal en la pantalla.
Abrió la valla con unas tijeras térmicas y escaneó la zona con un sensor de carbono. Pudo distinguir en la distancia dos formas de vida cuadrupedas a suficiente distancia como para no escucharle ni verle. Comprobó la ausencia de vigilancia digital rastreando frecuencias y entró en el parque.
Atravesó un par de zonas de descanso y dejó atrás una extraña fuente. A unos metros parecía dibujarse un tiovivo. Se puso de rodillas y envió un mensaje al capitán de expedición. Recibió una respuesta afirmativa. De nuevo de pie caminó hasta la máquina y observó en la oscuridad la silueta de las figuras en la atracción. Por un momento dudó si seguir adelante.
Encendió la linterna mirando al suelo, para evitar que un haz de luz perdido activara sensores avanzados de localización. Caminó despacio y apuntó a la cabeza de uno de los muñecos ensartados a modo de asiento. En el puesto de mando se escucharon gritos y una de las mujeres abandonó la sala vomitando. El astronauta realizó las fotografías de rigor e intentó regresar sin éxito a la nave. Por los nervios no escuchó el relincho de los guardias al cabalgar.

domingo, junio 26, 2011

Si pudiera usted

- ¡No vayas a la peluquería!
La señora Francisca camina de lejos. La mires como la mires siempre la ves pequeña, en la distancia. Es como esos militares en miniatura que los niños se tiran en los recreos. Camina de lejos y camina despacio. Cargada con dos bolsas de plástico, o una bolsa y un bastón. No mira más que al suelo, esquivando los bordillos y los agujeros.
- ¡Friega esto que tengo prisa!
Es una señora mayor pero menos mayor que sus años. La cara está como gastada. Cada arruga es un surco en el que da hasta miedo caerse. Cuando pide las cosas lo hace bajito y suelta un "si pudiera usted" bien pegado a la última sílaba.
- ¡No tardes!
Gasta unos zapatos negros, de punta roma. Ni para eso es bruja la señora. Suele sonreír a los niños en el parque, a los barrenderos y al señor que trae las cartas. Parece que tiene un familiar lejos y que cada mes la manda unas palabras.
- ¡Mañana haz algo de sopa!
La señora Francisca es uno de esos secundarios que cruzan la escena y te llaman la atención. Viste de negro, por su marido, lo que la hace reconocible. Siempre pasa por el mismo sitio a la misma hora como si comprar el pan, hacer los recados, fueran el metrónomo de algo que no vemos.
- ¡Ni se te ocurra despertarme mañana que te meto dos hostias!
Cuando la he visto venir me han entrado ganas de ayudarla pero ha salido uno de sus hijos. Me ha sonreído antes de dar un portazo.

jueves, junio 23, 2011

Pelota liftada

Dolor de cuello, dolor de espalda. De un lado a otro la cabeza y de un lado a otro un cuerpo cansado de tanta pelota liftada. Mirando entre líneas, como los músicos, pero sin decir más que palabras en inglés o pedir silencio a las gradas. Su vida como una cárcel de ángulos rectos. Tierra batida, cemento y césped recién cortado. De un lado a otro, de cerca las raquetas y de muy cerca los contratos millonarios pasando por delante como carne fresca a perro hambriento. Ya era un tipo mayor y ya eran demasiados partidos. Un juego para ganar un set, un punto para ganar un juego y sin ganas para seguir perdiendo. Su mujer era una imagen por videoconferencia y sus hijos sólo borrón sobre la pantalla.
Desapareció y el circuito siguió como si nada. Los grandes jugadores siguieron gritando sobre sus zapatillas con cámara de aire y los torneos prosperaron como fechas de dinero fácil en el calendario.
Sobre la cama no encontraron más que un cuaderno lleno de cálculos, una bolsa de deporte negra y una vieja pelota de tenis. Digamos que abrió la puerta de casa mientras su mujer hacia café a un extraño. Sin duda perdió el partido después de una doble falta.

lunes, junio 20, 2011

Quizá

Tal vez si hubiera preguntado dónde estaba el azúcar no habría abierto el armario de medicamentos. Quizá si no hubiera sido analfabeta las letras habrían sido algo más que líneas sobre blanco. Puede que incluso, con más tiempo trabajado en la casa, hubiera localizado sin problemas el té. Pero sin duda supo que el color azul de su señora no era ni mucho menos normal y asumió que los gritos del principio no fueron porque ardía la infusión. Por supuesto a ella la pagaban en negro, nadie preguntó por los papeles. Menos mal. Así era fácil inventar un nombre y sin duda mucho más sencillo desaparecer.

viernes, junio 17, 2011

La pareja de científicos

La pareja de científicos se mantiene en silencio. Como si en ellos la respiración fuera un acto voluntario. No hacen nada más que pestañear. Para llegar a este momento han pasado por años de estudio, por años de experimentos y por años de resultados. El dinero recibido se empleó en increíbles patentes que han curado el cáncer, el Alzheimer, la insuficiencia renal, las enfermedades reumatológicas e incluso el hambre. Ahora los niños en África se mueren de flacos pero no piden ni una gota de agua antes de expirar. Todo el mundo agradece a esta pareja de ancianos lo que han hecho por la humanidad. Entre los asistentes destacan las más altas autoridades. Presidentes, monarcas, primeros ministros y dictadores recalcitrantes. Saben que esas dos batas blancas han hecho de la Tierra un mundo repleto de bolsillos llenos.
Los científicos buscan entre la multitud la señal. El jefe de prensa del laboratorio está esperando a que las televisiones estén listas para emitir en riguroso directo su nuevo descubrimiento. Con el último acabaron con la energía nuclear. El átomo pasó a mejor vida y el metavaro se ha hecho común denominador en nuestras casas. Se apagan las luces del auditorio y la enorme pantalla plana muestra las caras de nuestros protagonistas. Cada arruga como el cañón del Colorado. Faltan segundos para que se encienda el piloto rojo, la señal, y un contador de números verdes se encarga de clarificarlo. Cinco. Los ancianos sonríen. Cuatro. Los ancianos parpadean. Tres. Uno de ellos se rasca la nariz. Dos. El otro baja la cabeza. Uno. Se hace el silencio. Sueltan la bomba.
- Señoras y señores - dice el que se rascó la nariz - estamos seguros de que nos hemos equivocado.

martes, junio 14, 2011

El hábito alimenticio del sacapuntas


Se sorprende por el golpe del vaso en la mesa. Menos mal que estaba vacío. No puede evitar mirar de nuevo el reloj antes de enredar sus dedos en el cabello de su hija.
- ¿Mamá me acercas el rojo?
La niña juguetea con los lápices esperando a que le acerquen lo que pide. Al lado la ventana deja paso a la luz de la tarde, una cortina de hilo blanco evita miradas indiscretas.
- ¡Gracias!
La pequeña comienza a pintar los bordes de lo que parecen labios sobre una cara enorme para un cuerpo muy pequeño. Tardará unos años en dibujar todo adecuado a proporciones. Tararea mientras gasta la punta del lapicero de color. No se preocupa por calibrar cuanto aprieta. Desconoce el hábito alimenticio del sacapuntas, como si sus lápices se consumieran al cansarse de colorear muñecas.
- ¿Mamá terminas tú el dibujo? - dice ofreciéndole un lapicero.
La mujer sonríe y coge entre los dedos el color negro. La niña se aparta y observa en silencio cómo perfila los ojos del monstruo involuntario que ha pintado. Sabe que es ahí donde ella no puede hacerlo tan bien y prefiere que su madre le ayude a terminar el trabajo. Se abre la puerta y la mujer rompe sobre el folio la punta del lápiz. La mejilla queda marcada por un negro a medias.
- ¡Ha llegado papá! - grita la niña.

sábado, junio 11, 2011

El collar de perlas

Encima del tablero de cristal tres enormes collares. Oro sobre oro y plata. Perlas recién sacadas del océano abisal, sin apenas tratamiento en superficie. Marfil sobre engaste de bronce con marroquineria de oro en forma de llama blanca. La mujer, embutida en terciopelo, desliza las joyas entre sus dedos. Por cómo las mira parece que más que ser clienta es un notario comprobando su autenticidad. El hombre se acerca a ellas casi jugueteando con sus destellos. Ambos no se dirigen la palabra. Él mira como seduciendo un cuerpo frío que solo habla con la luz. Ella hace que cada centímetro de collar pase por sus manos palpando imperfecciones, gruñendo con cada muesca. En un momento dado ambos asienten y desprecian dos de las cadenas con un golpecito sobre ellas. La mujer coge el collar de perlas y se lo lleva al cuello mientras hace un gesto al marido. Este toma los dos extremos del collar y, desde detrás, tira con fuerza apretando sobre su piel las perlas. Ella se pone colorada, como si fuera a reventar, y levanta la mano para que el hombre deje de hacer fuerza. Después deposita de nuevo la joya sobre el mostrador. Parece que todo está bien. Preguntan el precio y reciben del joyero una respuesta de cinco cifras. No hay sobresalto y los dos sacan al tiempo la tarjeta de crédito. Paga el hombre porque es más pesado. Sonríen mientras sale el extracto y cuchichean un poco durante la firma. Después, cuando el vendedor comienza a prepararles la caja a juego, le comentan que todavía no se lo llevan. Los dos prefieren que quite unas cuantas perlas. Quizá pueda alargar un poco el cordón de oro. La semana que viene volverán a por el collar. Si se lo llevaran ahora está claro que le iba a hacer daño a su preciosa perra.

miércoles, junio 08, 2011

¡Qué amaneceres sur-suroeste se pueden tener ahí!

- Esto es es salón. Ventanas y luz como forma de dar vida al espacio.
El vendedor camina alrededor de la pareja. Arruga la nariz, guiña un ojo y rasca su pelo. Huele a recién pintado entre las paredes blancas.
- No es nada pequeño, ¿verdad?. Tan sólo faltan muebles mejores - sonríe -. Todo parece más pequeño cuando está casi vacío. Miren por ejemplo este cuarto - da unos estúpidos saltos -. Este es el de matrimonio, fíjense en la manera de disponer la ventana. Está claro que ahí debajo una cama grande se convierte en una isla de paz. ¡Qué amaneceres sur-suroeste se pueden tener ahí!
La pareja se coge de la mano. Hacen un nudo de dedos. Asienten, como los muñecos esos que se ponen encima de los salpicaderos y que tienen un muelle en vez de cuello.
- Este es el aseo - tos incómoda del vendedor -. El lavabo es nuevo - sonrisa estúpida -. Si salimos podemos ver la cocina, aún no está del todo montada - mano a los bolsillos del traje -. Junto al sitio para la nevera hay una ventana que da al patio para poner el tendedero - mirada al suelo y patada a un resto de escayola -. Si me siguen vamos al pasillo.
Cuando están junto a la puerta blindada la pareja separa las manos. El vendedor gira el manillar y pone un pie en el descansillo.
- Como pueden comprobar es bastante agradable - dice antes de cerrar con un portazo.
Desde el interior de la casa se escucha el ruido del ascensor. El hombre echa la llave y la mujer se sienta en el sofá.
- Estoy cansada de que venga - dice -. Por muy mal que esté la cosa es la última vez que permito que nos venda lo que ya hemos comprado.

domingo, junio 05, 2011

Barbacoa


A pesar de todo fue espectacular.
Hacia tiempo que no lo pasábamos tan bien en la barbacoa. Qué buen tiempo, qué buen ambiente y qué buena estaba el agua. Todos ahí, en la piscina, jugando como cuando éramos críos. La torpeza del que no hace pie frente a la desventaja del que está en el equipo con más chicas.
Francisco ha roto los esquemas con esto de la quedada. Mira que había pasado tiempo pero como si nada.
Después del baño, en realidad mientras nos estábamos dando una paliza bajo el agua, ha preparado la mejor carne a la brasa que ninguno ha probado nunca. Deliciosa, goteando salsa barbacoa y miel con mostaza en cada bocado. Sazonada en su punto y acompañada por un brebaje morado que parecía sangría pero que dejaba un punto agrio en la lengua digno de recordar.
Hemos comido como verdaderos energúmenos.
A continuación la copa de rigor, porque ya somos adultos, y unos cigarrillos para hacer repaso a esas anécdotas que tan bien queda contar cuando aparecen las canas.
Con la noche nos hemos ido marchando en un constante "hasta luego" que ha dejado semilla para el año próximo. Yo me he quedado el último para recoger con él, que menos para agradecerle todo. Cuando terminamos le dí la mano, después un abrazo, y cogí los restos de comida para tirarlos a la basura. Francisco me devolvió una sonrisa, sin decir nada.
Al cerrar la puerta de metal descubrí el cartel de cuidado con el perro. Ni un ladrido. Después se me rompió la bolsa de plástico y puse todo el suelo perdido de huesos.

jueves, junio 02, 2011

Demasiada roca solitaria haciendo isla

Fue abrir la puerta y el lugar me puso triste. Como un silencio entre sonrisas. Arrugas sobre la piel estirándose como una goma antes de romperse. Retumbaba música de otra época dando ritmo a un montón de viejas vidas en separado. Sin duda demasiada roca solitaria haciendo isla para náufragos. La fiesta era otra, lejana, familia de un recuerdo que no hace historia. Todos bailando y yo frío. Hálito de nieve. Ojos de cristal sin lágrima. Diluido entre intenciones de una cama por llenar y besos como alimento para las ganas. Flujo de gente con vidas que chocan y que salían despedidos de un sitio a otro hasta llegar a la barra para pedir una copa. Olía a sudor, a humo de cuerpo. La masa danzando aliñada por luces de colores que ridiculizaban colgajos, resaltaban barrigas y no escondían lágrimas surgidas de párpados vencidos por los años. Nadie mirando a nadie. Yo terminé roto por el esfuerzo. En la calle pedí un taxi escupiendo en un grito las ganas de intentarlo de nuevo. Cada minuto en el reloj terminó siendo un latigazo. La próxima lo intentaré en otro local. Mi mujer siempre lo dice, para ligar las discotecas son un suplicio.


ATRAPAPALABRAS
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