jueves, marzo 31, 2016

#Nopanadaismos XXXIII

Siempre hay un fantasma en busca de cadenas.

El escéptico tiene sobrevalorada la magia.

El tiempo facilita el diagnóstico diferencial de la amistad verdadera.

El fin no siempre justifica los miedos.

Justificar se conjuga siempre bajo sospecha.

La incertidumbre de lo que se nos viene encima es motivación vista desde el otro lado.

Dime de que presumes y te diré de lo que padeces.

Si todo te suena a broma, tranquilo, es la cruda realidad.

La vida también tiene áreas de descanso. 

La lentitud pulcra es pereza vestida de etiqueta.


jueves, marzo 24, 2016

#Nopanadaismos XXXII

La crítica sincera es un consejo a fuego lento.

El miedo es una bebida que con poco anima y con mucho atonta.

La indiferencia es prima de la ignorancia y amiga de la pereza.

Cansados por la espera nos impacientamos cuando somos felices.

Las obviedades suelen vestirse de etiqueta.

Hasta la incongruencia presume de tener todas las vocales.

El bumerán es más metáfora que arma. 

El mayor problema de la intuición es que se utiliza sin manual de instrucciones.

La rutina es el menú del día del segundero.

El ego es mal consejero de la ignorancia y la duda.

viernes, marzo 18, 2016

#Nopanadaismos XXXI

Estudiar es un esquema que a veces se rompe al vivirlo.

La retórica es la esgrima del diálogo.

La mentira es un préstamo que siempre se devuelve con intereses.

Sobre disgustos no hay nada escrito, pero al revés.

Sobre lo que no sabes no opines si cuando sepas quieres poder opinar.

La certeza es un destino que siempre nos debe quedar casi cerca, para que no paremos nunca de intentar seguir llegando a ella.

Los sueños son quebraderos de cabeza en el porvenir.

La vida a veces es perderse un poco y encontrarse un mucho.

El día más importante de tu vida también amanece por el este.

Contra la dificultad del ser disponemos de la facilidad del parecer.

jueves, marzo 10, 2016

Papá, ¿no lo notas?

Nicolás sabe de gusanos. Los aplasta en el parque, con las zapatillas de correr azul. Ahí hay otro. Písalo, que no se escape. Aunque su padre lo niegue. Gusanos. Debajo de la acera, siempre con el semáforo en rojo.
- Papá, ¿no lo notas?
El padre sabe sonreír con los ojos vacíos. Esa sonrisa de hombre cansado y corbata en las últimas. Papeles sobre la mesa y el jefe a unos metros. Oficinas abiertas, no hay paredes, tengo que saber lo mucho que trabajas para que luego no presumas de tiempos muertos. Teclea, teclea, teclea. Y su hijo es su hijo. Por debajo de la cintura con una voz que se confunde con el ruido alrededor. La señora, la ambulancia, los coches y el puesto de churros precocinados.
- ¿ El qué?
Nicolás ha aprendido mucho sobre invertebrados, sobre animales que no son capaces mantener la temperatura y tienen que vivir bajo tierra para no quedarse helados. Su madre cree que él es un invertebrado, siempre le pone ropa sobre la ropa. Como para enterrarle bajo capas de lana y algodón. Nicolás es un chico que piensa rápido, y sabe que la cosa dura muy poco, tan poco como el cambio del rojo al verde que permite llegar al otro lado. Los gusanos, ese gusano, se mueve de vez en cuando y la gente no se da cuenta de que está ahí abajo. Es un cerebro sin manos que adivina que para camuflarse a veces tan solo hay que moverse despacio.
- Pues qué va a ser, el movimiento del gusano.
El padre sonríe, la misma sonrisa que dentro de unos años habrá tallado una arruga. El tiempo es un escultor meticuloso, a todos nos hace una estatua hasta dejarnos congelados. Pero el padre sonríe porque es otra vez el mismo comentario. Y él siempre señala al suelo, del suelo levanta el brazo, el brazo describe un arco y termina buscando la parada de metro que queda al otro lado.
- ¿Ahí vive tu gusano?
Nicolas no se rinde. La imaginación es cierta porque lo cierto no tiene fronteras, como la mente de un niño. Su padre es demasiado alto y está demasiado lejos del suelo para sentir lo que tiembla bajo sus pies. Es un animal que cualquier día dará una sacudida y se llevará por delante todos los juguetes de verdad. Así que Nicolas tira de su padre y su padre sigue riendo. Porque ríe pensando que también su jefe es un gusano. Quizá su hijo tienen razón y echar de menos pensar esas cosas es echarse de menos a uno mismo. Y Nicolas da un paso, da otro, dispuesto a llegar a la guarida del animal que no tiene calor, para demostrar que su padre se equivoca. Y los dos caminan, dados de la mano, mientras el semáforo sigue en rojo y el gusano abre la boca dejándolo todo a oscuras antes de volver a desaparecer enterrado.

miércoles, marzo 02, 2016

No hay poderes al otro lado

Todos los 29 de febrero Clark Kent se mira al espejo sabiendo que no hay poderes al otro lado, que hoy es tan sólo un humano. Peinarse como un miope y sentir sueño, sueño que el resto del tiempo es propiedad de esos seres que a los que se parece con un regusto amargo. 
Clark Kent pierde los poderes un día cada cuatro años. 
Lo descubrió con sus coches de plomo porque un crío normal es incapaz de tirar de algo que pesa como una piedra por mucho que esté jugando. Está bien ser lo que uno parece de vez en cuando, sentirse vulnerable deja las cosas claras, da perspectiva. 
Clark sale a la calle y se detiene en todos los semáforos. Su otro yo no necesita de colores y en días como hoy debe tener cuidado. Clark considera ridículo morir de un golpe contra un parachoques para que a medianoche el corazón recupere su marcha superheroica y se vea obligado a romper el ataúd de un puñetazo. Crack. Clark Kent, el nuevo resucitado. En el caso de que hubiera testigos sería complejo de explicar si además lo complementas con visión de rayos X, la capacidad de volar, fuerza prácticamente ilimitada y la velocidad de una bala. De ahí al nuevo Mesías hay tan solo un par de buenos anuncios y dos o tres milagros. 
Clark se toma el café de la mañana y redescubre lo que no sabe interpretar con su lengua superheroica. En el Daily Planet saluda como todos los días, hoy no esquivará a nadie con un par de zancadas sónicas. Se sienta en su mesa y toma un protector gástrico. Todos lo hacen allí tanto por lo que hay dentro como por lo que hay fuera. Louis le parece hoy más atractiva al ser menos visible, eso de no poder quitarle la ropa entornando los párpados le hace utilizar la imaginación que nunca necesita. La imaginación es el superpoder favorito de los humanos. Teclea como los demás mientras percibe los dedos cada vez más pesados. Sonríe, porque ha leído en su fortaleza de la soledad, que sentir es lo que define a los humanos y él ahora siente su cuerpo, sus imperfecciones, como un relojero que pone a punto un aparato. 
A Clark el día se le hace largo, tedioso, pesado, una cera que se derrite. Mira a través de la ventana para ver cómo el sol cae poco a poco en el horizonte. Piensa en todos sus enemigos. Lex estaría encantado de saber que ahora sólo es carne y hueso, un enemigo de plastilina que facilmente se deforma y sufre daño.
Se despide con un bostezo, algo que siempre simula pero que esta vez sale del centro de su pecho como un grito inesperado. Está cansado, aburrido, igual que esos pasajeros del metro atrapados por la música de sus cascos. Hoy no puedo oír lo que ellos oyen, hoy no puede escuchar el grito de un par de ancianas dentro de un callejón al ver cómo un tipo les amenaza con un cuchillo ensangrentado.
Clark compra la cena en la tienda de congelados del barrio. De camino a casa siente el frío sobre los dedos como un regalo. Abre la puerta, enciende las luces y se pone cómodo. El chándal de la universidad siempre es un refugio, todavía recuerda el examen que hizo un día como hoy hace ya muchos años. Suspender era una experiencia que le había gustado. Tras cenar y quemarse sutilmente la lengua deja sobre la mesa de la cocina los platos y cubiertos sucios. Mañana los recogerá, limpiará, secará y colocará en menos de lo que tarda usted en ver que hay un punto al final de este párrafo.
Clark apaga las luces y sale al rellano. Sube las escaleras hasta la azotea y allí se dirige hacia un pequeño cubo metálico empotrado en la pared. Busca la llave en el bolsillo y abre el recipiente dejando que escape de su interior un brillo verde y extraño. Clark coge la kriptonita, el minúsculo resto de su planeta, y lo observa. Es irónico que sea invulnerable a ella en el momento en el que es más vulnerable al resto de cosas. Dedica unos minutos a limpiar el pedazo de roca antes de volver a dejarla dentro.
Tras cerrar la pequeña puerta guarda la llave y mira el reloj. Quedan apenas unos segundos para que acabe el día. Con no poco esfuerzo es capaz de subirse al muro que separa la azotea del vacío. Desde ahí puede sentir vértigo, miedo e incertidumbre. Clark se estremece y disfruta de esas tres sensaciones antes de dejarse caer con los ojos cerrados.


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