martes, julio 03, 2007

Puño de acero

El humo impedía ver el resultado del enfrentamiento. Sobre el asfalto un árbol de fuego no dejaba escapar la mínima cantidad posible de oxígeno por combustionar, el vehículo blindado se derretía liberando una lengua de pintura acrílica sobre el cuerpo inerte del joven policia. El traje ignífugo le mantenía inmóvil, mirando hacia el oscuro cielo repleto de nubes tóxicas que el paso del tiempo había cultivado. Él, rodeado por llamas de color azul brillante, comenzó a pensar en el instante previo al impacto con aquella cosa.

Su misión, en un principio, era seguir a la sospechosa hasta su domicilio para después, sin ser visto, dar cuenta de la misma al centro de mando. Al parecer había robado en un par de casas de ricachones del barrio pijo de la ciudad. Las casas estaban situadas en el último piso de dos enormer rascacielos y tenían al parecer en su interior un huerto, un pequeño pedazo de tierra virgen, en el que los afortunados propietarios habian plantado unas cuantas lechugas, tomateras y unas sabrosas patatas. El mayor lujo posible sobre suelo de tierra en suelo de metal. Paradoja del tiempo en el que estamos.

La seguridad de ambos sitios era indestructible, al menos eso decía la empleada de seguridad que en las dos ocasiones tuvo que poner sus manos sobre la cabeza con gesto de sorpresa al descubrir que no era así... el detective jefe de policia se hizo cargo del caso después del segundo robo. Como siempre sonrío un poco, torció a continuación el gesto y , finalizando con un acto teatralizado típico en él, levantó su mano de acero recién lubricada para señalar a los que se iban a encargar del caso. Para el joven del traje ignífugo esta era su primera misión.

La cuestión es que tras localizar las posibles pruebas y buscar los más absurdos indicios encontraron un pelo de color rubio sobre la tierra removida de uno de los huertos. Gracias a esto, y al ADN del citado cabello, crearon un pequeña lista de sospechosos: tres mujeres bajo el quedaron bajo el punto de mira de la policia. Quizá te preguntes cómo tres personas comparten el mismo ADN. Una posible respuesta es que nos encontraramos ante tres gemelas, tres individuos iguales en origen pero diferentes en todo lo demás. Bien esto es imposible pues lo gemelos ya no existen. Somos demasiados sobre la Tierra como permitir el lujo de embarazos múltiples a la población. Por otro lado, y aquí está la respuesta, con el tiempo la individualidad se ha convertido en un casi imposible bien. No hay gemelos pero ahora casi todo el mundo tiene un par de clones dando vueltas por ahí debido a que el derecho a la clonación es un bien terapeútico universal y gratuito. Otra forma de parto se ha puesto de moda, todos podemos tener nuestro clon al instante en caso de necesidad, si nuestra enfermedad (capricho en ocasiones) le permite sobrevivir después de proporcionar el servicio adecuado el nuevo ser tiene derecho a ser liberado en un continente distinto y con un domicilio particular. De este modo en el caso que nos ocupa el equipo de policias tenía tres sospechosas genéticas... aunque sólo una de ellas vivía no solo en el continente del crimen sino también en la misma ciudad. Dulce casualidad. Es justo este el instante en el que el joven se pone el traje ignífugo y toma por vez primera los mandos del vehículo blindado. Tenía una sospechosa y su trabajo le obligaba a sospechar.

Así tras acudir a un centro comercial se detiene a observarla mientras trabaja en una tienda de música mental, él ya sabía todo acerca de la sospechosa pero al verla no pudo evitar cierto cosquilleo en el estómago, en su cara imaginemos un gesto de sorpresa pues por primera vez esta sensación recorre su abdomen.

Con movimientos lentos ella se desplazaba por la tienda cambiando cada cierto tiempo los proyectores sonoros, un sonrisa pícara mostraba a los clientes el placer de componer música con sólo pensar en ella. Nuestro joven, con la boca abierta, no podía dejar de imaginarse en un lago azul enorme de agua silenciosa y a la sospechosa joven frente a él sonriendo tal y como lo estaba haciendo ante el gordo de pantalones cortos que no dejaba de saltar al son de su propia música. En este momento aparece el único sentimiento que en el año 2115 no ha sido olvidad por completo.

De este modo transcurrieron seis horas, con el joven disimulando y la sospechosa caminando lentamente al tiempo que modificaba la disposición de un botón aquí y una tecla de sensibilidad por allá. El enorme reloj laboral que colgaba sobre la pared más grande de la tienda emitió un sonido individualizado para cada uno de los trabajadores de la tienda y estos, en absoluto silencio, abandonaron el establecimiento con la dosis cerebral correspondiente de dopamina en sus cerebros. No sólo el dinero paga ahora los servicios prestados.

Bruscamente nuestro protagonista recordó cual era su misión, su trabajo, y casi dejando caer al suelo el vaso de plástico degradable que había estado mordiendo las últimas tres horas, se ocultó tras una columna para ver pasar junto a él a la sospechosa. Para oler con extrañeza el perfume que a uno le cambia la vida de vez en cuando. Para darse cuenta de que o se daba prisa o aquella chica se le escapaba...

El centro comercial estaba situado en el centro de uno de los ocho barrios de la ciudad, un centro comercial por barrio. De cada una de estas inmensas estructuras surgían tres carreteras magnéticas. Una central, que como su nombre indica lleva al centro, y dos laterales, que se conectan con cada uno de los centros comerciales situados a continuación. Imagina una rueda de ocho radios y te resultará más sencillo. La joven sospechosa abandonó el lugar por la carretera central, su vehículo era una anticuada moto electromagnética que no le permitía sobrepasar los 300 kilómetros por hora. Resultaba fácil seguirla en un flamante vehículo policial último modelo, además la disrupción que sobre el asfalto generaba su manera de moverse era muy sencilla de rastrear. Imposible perderla de vista en el radar.

La sospechosa abandonó la carretera principal y comenzó a descender a través de los accesos verticales existentes para cada uno de los barrios. No dejó de hacerlo durante al menos 2 kilómetros. En ese punto recuperó la horizontalidad y aceleró desapareciendo tras cruzar rapidamente un túnel eléctrico. En la pantalla del radar aparecieron, al principio despacio, después a toda velocidad, miles de señales idénticas. La moto electromagnética era un vehículo accesible para la gente que vivía a dos mil metros del "suelo"... no todos tenían por allí un blindado del que presumir. El joven comprendió dos cosas en ese momento, la primera, que la sospechosa muy probablemente supiera que lo era.

La segunda, que ahora el sospechoso, en aquel sitio, era él... y su traje ignífugo.

Detuvo el motor dejando el vehículo en suspensión, la pantalla del radar brillaba con un inútil color verde. De un momento a otro desaparecieron todas las señales, sólo quedaba el barrido de la onda sónica buscando algo contra lo que chocar.

Barrido. Nada. Barrido. Nada. Barrido. Nada. Barrido. Cosa enorme a las tres en punto. Barrido. Pérdida de conocimiento.

El traje ignífugo se bloqueó evitando que con el movimiento penetrara oxígeno al espacio que queda entre la tela y la piel del joven. Este, ya como lo encontramos al principio de esta historia, seguía intentando recordar en que punto se había equivocado. ¿Contra qué se había chocado?, ¿qué había golpeado el vehículo hasta casi hacerlo desaparecer?

Una enorme sombra cubrió el lugar del accidente, las nubes dejaron paso a una forma negra en cuya parte superior se podían ver dos luces de color anaranjado. Un súbito tirón en las piernas elevó al policía sobre el suelo y lo dejó pegado a una pared. El traje, al comprobar que la temperatura había descendido bruscamente, se flexibilizó y permitió al joven incorporarse. Al levantar la cabeza recuperó el hormigueo en el estómago.

Ante él la sospechosa dibujaba la misma sonrisa que en la tienda de música mental. Tras ella las dos luces naranjas que antes había visto se convirtieron en un par de ojos rasgados que culminaban con agresividad el rostro de un mecanicamente obsoleto robot de limpieza.

¿Contra qué se había chocado?


Delante de sus narices estaba la respuesta.

En una de sus manos la joven tenía una especie de piedra, la lanzó al frente haciendo que cayera justo delante de los pies del policía. Tras caer con un golpe seco este la tomo del suelo, de este modo, y sin saberlo, estaba tocado por primera vez un vegetal no manipulado genéticamente. Ella volvió a sonreir y le dirigió una sola palabra.

-Pruébalo.

Tras esto, se alejo lentamente, sin mirar atrás. Inmediatamente después, con paso lento, el robot se ocultó tras una esquina.

El joven policía miró hacia arriba percibiendo todas las almas que por encima de él perdían el tiempo en absurdos cambios de cartas con el destino. El cosquilleo en el estómago regresó para convertirse finalemente en una curiosa forma de ver las cosas. Comenzó a andar, al principio con cierto miedo, hacia el lugar por el que había desaparecido la sospechosa. Al fondo, ya casi olvidado, el vehículo blindado cedía al fuego sus últimos restos. En su mano el extraño objeto que ella le lanzó. Por primera vez la sonrisa ya no está en la cara de la sospechosa, ha decidido cambiar de bando.

Si te preguntas qué había golpeado el vehículo hasta casi hacerlo desaparecer debes tener la certeza de que fué el mismo puño de acero que hace que un joven con un traje ignífugo pueda quemarse por el fuego del amor a primera vista...

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