miércoles, enero 30, 2013

Con prisa

El niño llegó a casa y se quitó la ropa con prisa. Buscó el chándal de los fines de semana y la sudadera vieja de su hermano mayor. Sus padres, más lentos, se quedaron sentados en la cama. Los dos hablando muy bajito y atrapados en un abrazo. Su hermano dejó un portazo en la habitación mientra él se lanzó sobre el sofá para quedar con las piernas cruzadas. Miró el reloj digital con la forma de la cara de un héroe de cómic y se quedó quieto, respirando concentrado. Su abuelo le había dicho que aprovechara su edad, cuando no hace falta correr, para disfrutar del tiempo. Y su abuelo se lo dijo muy serio, como si el suyo estuviera escaseando.

sábado, enero 26, 2013

Ellos son más que muchos pero no demasiados

Mientras suelto las pastillas en las hierbas altas me dejo tragar por la boca de los árboles. Mi hija dice que no siga pero hasta ella se ha puesto ruedas. Cae cuesta abajo. Ahora mis manos no son mis manos. Culpa de mi hijo que me las sujeta. No saben de qué va la historia. Ellos son más que muchos pero no demasiados. Piden que no tiemble pero me terremota el cuerpo. Sé lo que piensan cuando avisan al color blanco. Piel, aguja y desaparezco. Mis hijos oscilan. Ya no se quejan pero casi les sueño. Siguen ahí hasta que ella me explica que sólo son  un recuerdo.

miércoles, enero 23, 2013

La calle de los sueños cumplidos


Leandro comenzó a repartir deseos aquel lunes tras el portazo. Se le ocurrió al pensar que al vagabundo de su calle le vendrían bien unos zapatos nuevos. Decidió convertir el primer día de la semana en una especie de lotería para caras tristes. Todos en el barrio haciéndose ilusiones. Yo he pedido un teléfono, yo un balón nuevo, yo un viaje a un sitio que esté muy lejos. La televisión autonómica no tardó en hacer un reportaje sobre la calle de los sueños cumplidos. Leandro, como los asesinos en la escena del crimen, se hizo un bulto más entre la gente que enfocaba la cámara.
Al empezar la quimioterapia se tuvo que hacer un calendario. El médico no sabía por dónde iban los tiros cuando solicitaba por escrito los días de tratamiento. Empezó a utilizar el correo para anticiparse a los vómitos y a esas ganas de estar en casa bajo la manta. Si le venía mal salir porque todo olía a vinagre ajustaba los encargos por vía postal.
Estuvo un año haciendo las maletas para los sueños de otros. Utilizaba el paseo matutino para hacer su lista aprovechando que la anemia le procuraba la velocidad justa para no perder ni una conversación. Con su libreta de dos caras. Una para sus cosas y otra para las del resto.
Durante el ingreso se ganó a una celadora muy bajita, su propio duende, para que le echara una mano con los sellos. Las enfermeras se preguntaban cómo era posible que con tantos conocidos a quién escribir nadie le hiciera una visita.
El último domingo se mantuvo entretenido mirando el reloj. Detrás de la mascarilla se adivinaban sus ojos haciendo la ruta con el segundero. Al llegar la medianoche pidió ayuda para tomar un poco de agua y entregar otra carta. La auxiliar, mientras sujetaba el vaso, le miró extrañado al comprobar a quién estaba dirigida. La mujer dejó encima de la mesilla el sobre cuando Leandro, tranquilo por haber enviado su encargo, cerró los párpados para soñar.


miércoles, enero 16, 2013

Mastica despacio


La madre entrega al niño un pedazo de pan.
- Mastica despacio - dice.
El niño regresa al tobogán para lanzarse una y otra vez mientras rumia.
Con la boca de nuevo vacía vuelve a su madre. Ahí se detiene asustado por el vuelo de un pájaro que alcanza la rama más baja del árbol sobre el banco. Apoyado en el tronco, aprovechando el ángulo agudo que la naturaleza ha puesto ahí, descansa un nido. El crío puede ver un perfil de picos diminutos que se agitan como tenazas al aire. El pájaro inclina su cuerpo liberando un colgajo blanco que tarda poco en ser despedazado.
El niño alcanza a su madre asombrado, con la boca abierta, y mientras señala con el dedo recibe otro pedazo en la lengua.
- Les está dando de comer, lo mismo que hago contigo.
El pájaro abandona el nido y pasa rozándole la cabeza. El crío traga de un golpe y sale corriendo para seguir al animal.
El pájaro planea unos metros para detenerse bajo el muro de ladrillo que rodea el parque. El niño se acerca suavemente y observa cómo el pico del animal se hunde en los restos de un vómito. Después pasa sobre él para llegar al nido. En el banco su madre sonríe, satisfecha, cuando comprueba que su hijo mastica lentamente mientras la observa.

viernes, enero 11, 2013

El cristal


Se enamoró de una imagen distorsionada. Fue a finales de noviembre, cuando el frío parece hacer un trato con el sol para que este se deje ver de vez en cuando. Él venía de comprar el pan y se detuvo a mirar su escaparate. Ojeó sus flores como un jeroglífico y se dejó ir con las manos vacías. Ella le imaginó propietario de un pequeño piso alquilado de habitación y vida individual.
Aquello se hizo hábito, todos las mañanas una cita frente a su floristería. Mirada lánguida, leyendo entre sus flores, para seguir andando después de arrancar el pico de la barra todavía humeante.
Ella se empleó en mantener transparente su cristal, hacerlo invisible e inexistente. Comprobó que ordenando las flores de forma cromática tardaba más tiempo en descifrarlo todo. Decidió jugar con el arcoiris para hacer trampas al segundero.
Por culpa de una helada a traición, ya en febrero, ella llegó tarde al trabajo. Apenas tuvo tiempo de anudarse el delantal y comenzar con la limpieza del escaparate. Concentrada en el paño blanco entre sus dedos, no le vio llegar y detenerse a unos centímetros. Al humedecer de nuevo el pedazo de tela se encontró sus ojos demasiado cerca y no pudo más que caer al suelo. Sin duda aquello fue un punto de inflexión. Ella olvidó llegar tarde y él tomó por costumbre dar un golpecito con los nudillos para llamar su atención. Si estaba limpiando pues no era más que un aviso. En caso de estar ya tras el mostrador era un buenos días desde lejos.
Con la primavera se le llenó el escaparate de pétalos. El sol, ya más animoso, se permitía juguetear con ellas al amanecer convirtiendo el escaparate en un espectáculo. La rutina, como rutina que es, mantuvo el cristal transparente. Los saludos de él y las miradas de ella eran el diálogo de todos los días. Como en la calma que precede a la tormenta los dos se sabían próximos a una colisión.
El primer día de mayo él abrió la puerta de la floristería. Se acercó lentamente al pequeño mostrador en la que ella se empleaba con cuidado limpiando una rosa blanca. Él dio los buenos días y ella respondió dejando las tijeras a un lado. En la yema de su dedo índice derecho él no vio la gota de sangre roja. Los nervios eran padres de un pinchazo algo lejos del estómago.
Hablaron con voz queda, como en las películas de amor de los años veinte. Banalidades con efecto boomerang que van de unos labios tímidos a otros silenciosos y sonrientes. Después de más de veinte palabras vacías él preguntó por una ramo. Ella, como un chasquido, regaló el primer precio que le vino a la cabeza. Recibió una sonrisa y un asentimiento. Me las pones para llevar le dijo.
Preparó el ramo eligiendo rosas blancas, rosas rojas y una par de margaritas. Tanteó sus tallos con cuidado y con ayuda de las tijeras y un cuchillo cortó todas las espinas menos una. Después envolvió las flores con plástico transparente acompañándolas de unas cuantas ramas de hojas verdes muy pequeñas. Le ofreció el resultado a unos centímetros de su rostro y él volvió a sonreír. Necesito una tarjeta, quiero dedicárselas, son para Eva.
María buscó en el cajón de adornos, entre los sobres y las pegatinas con frases hechas. Revolvió todo hasta encontrar los cartoncitos blancos donde suele escribir las palabras que otros le dictan para que no reconozcan su letra. Escuchó su voz ronca describiendo un amor desde niño y después le enseñó una de las pegatinas de «Te quiero» antes de ponerla sobre el plástico que envolvía las plantas. Él sacó su dinero dejando en el mostrador unas cuantas migas de pan. María analizó sus ojeras, la barba descuidada y apenas escuchó el hasta mañana que le dijo antes de darle la espalda y salir de su floristería. Mientras miraba sus hombros caídos recordó que no cortó la última espina,  se animó pensando que con suerte Eva también se haría sangre con aquellas flores.
Con la llegada de las lluvias de finales de mayo el cristal de la floristería terminó por convertirse en una cortina. Él dejó de pasar tan temprano, como si ya le diera igual el pan recién hecho, y mantuvo la costumbre de dar un golpecito hasta que comprobó que no había más sonrisas al otro lado.
Al comenzar el verano María recibió a tres ancianas de negro y se frotó las manos. Sabía que el negocio en flores viene del amor, de la felicidad, y sobre todo, de la tristeza. Las escuchó con ternura mal disimulada dirigiendo sus gustos hacia la pieza más cara. Buscó en el cajón de adornos hasta encontrar el cuaderno negro en el que se guardaban las citas tristes. Ellas hablaron de una amiga de toda la vida, de un sólo hombre y un sólo hijo. María dejó de escribir al escuchar su nombre pues comprendió que era la última vez que preparaba flores para ella.

martes, enero 08, 2013

Liberar

Al liberar el móvil descubrió quién era realmente el esclavo.

sábado, enero 05, 2013

Así de fácil

Para cavar un agujero, según las películas, sólo hace falta una pala y un coche con buen maletero. Luego hay que salir pitando, si puede ser de madrugada, hasta llegar al primer bosque que encuentres. Allí, con vaho saliendo de la boca, se hace un esfuerzo para llevar lo enterrable y el material para enterrarlo hasta un punto que deje ver la luna llena (o el amanecer si empiezas la cosa tarde) en el horizonte. Una vez remangados queda tirar la arena a ambos lados y, si te dan los pulmones, silbar algo que entretenga. En el caso de que la cosa vaya bien, y aunque en tu vida hayas cogido una pala, en menos de dos horas tienes la profundidad adecuada. Nos quedaría introducir la carga y deshacer el trabajo realizado. La tierra a la tierra, así de fácil. ¿Por qué apagas la televisión? Pero si acaba de empezar la noche y sabes perfectamente que aún es demasiado pronto. Ya me conoces. ¿Dónde vas con esa cara? Me apuesto lo que quieras a que no consigues echarme de tu casa.

martes, enero 01, 2013

2013

En diciembre de 2013 se cambiaron las doce uvas por doce pastillas. Con las campanadas sólo había que coger el vaso de agua y el bote que el ministerio del interior, eficaz como nunca, había proporcionado a cada individuo mayor de edad. En la plaza del Sol vacía el reloj dejó cinco segundos entre tañido. Campanada, disponer el comprimido sobre la lengua y tragar haciendo uso de cualquier líquido. Los políticos celebraron el día uno por la mañana su primer debate de año nuevo y el pueblo escuchó en silencio la sabiduría desprendida de sus palabras. Después todo fue distinto, perfecto, y sólo quedaron los llantos y quejas de los que aún eran niños.


Feliz Año, Alberto.


ATRAPAPALABRAS
"Un blog de microrelatos y poesía. Alberto García Salido es su autor. Especialista en relatos de cien caracteres, sólo cien. Y las fotos son muy buenas..."

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