sábado, abril 30, 2011

El día de su cumpleaños

El día de su cumpleaños observaba el teléfono móvil como el que espera una regalo. Actitud de ya falta poco en todos sus gestos. De pie, sentado, junto a la ventana, incluso caminando por la calle desierta. La batería a rebosar como argumento para seguir mirando la pantalla.
Ni un mensaje.
Ni una llamada.
Decepcionado buscó refugio en la memoria de su teléfono. Abrió la agenda y buceó en esos nombres que se acumulaban en ella como una ristra de letras. Todos alguna vez conocidos pero diluidos por el tiempo. Se preguntó ¿cuantos contactos conoces de todos los que tienes guardados en la agenda de tu teléfono?
Y se agobió.
Y por agobiarse se lanzó a por el papel como formato que guarda lo que realmente importa. Buscó en los cajones el nombre de esa chica. Sí, esa chica que le besó en los labios poniendo un remite a su boca.
No la encontró.
Buscó el nombre de sus padres, buscó a sus hermanos.
Nada sobre blanco.
Encendió el ordenador y navegó en seco por páginas de gente que le quiere, de gente a la que gusta con un pulgar hacia arriba y comenta sus comentarios sobre las cosas que no importan a nadie. Se aseguró de que su perfil estaba actualizado y comprobó que la fecha de nacimiento era correcta.
Nada.
Silencio virtual para una necesidad real.
Se miró las manos y buscó en las líneas que nacen de tanto doblarlas. Entonces se percató, estaba comenzando a ser borroso en los bordes y a escasear de relleno en el cuerpo. Transparente. Sus píxeles se estaban cayendo a pedazos y el hardware así ya no valía para nada. Está claro que uno queda obsoleto en el mundo de las pantallas táctiles cuando te quedas sin dedos.
Terminó el día y cambió sus datos. Ya no era nadie, ni foto en el recuadro ni seguidores en la distancia. Cerró los ojos totalmente dispuesto a reiniciar.

miércoles, abril 27, 2011

Hotel de cinco estrellas

Hotel de cinco estrellas en el rincón más apartado del mundo. Silencio en las ventanas, sol en los alrededores. Javier ahorró durante años para visitar aquel lugar. Años de trabajo y semana de vacaciones de lujo absoluto como recompensa. Desde que llegó al recinto fue agasajado por la sonrisa amable de los empleados, capaces de hacerle sentir el único cliente. En los pasillos no se cruzó con nadie y disfruto de ver tan sólo su reflejo en los cristales que forraban las paredes. El hilo musical, como una una ola sonora, invadía el interior pulcro de las habitaciones. Desayuno exquisito, café siempre recién hecho, y sala individual para disfrutar de los periódicos de la mañana. Tres personas dispuestas para ofrecerle lo que necesitaba y traerle lo que se le ocurría. Alquiló un coche pequeño y dio un par de vueltas por los alrededores. Los pueblos parecían decorados de película, la carretera transitaba en un permanente expositor de imágenes inenarrables que repetían las bellas imágenes ofrecidas en el folleto de la agencia de viajes. Javier fue dejándose ir en un constante susurro tranquilo. Como adormecido por el buen hacer de los trabajadores, convencido por su habilidad para estar donde necesitaba cuando los necesitaba. Disfruto de masajes en los pies, de ese olor a menta que libera los pulmones del peso de la ciudad. Acopió fuerzas en comidas ligeras que salpimentaban la lengua y degustó vinos extraños que hacían cambiar el aire. Cuando terminó la semana Javier bajó a recepción y solicitó la cuenta. Se prometió durante años no mirar el número bajo la última suma. No le sorprendió ver a todo el servicio dispuesto a despedirle. Sonrientes, peinados, con el uniforme de la casa y dibujando una muralla de amabilidad difícil, muy difícil, de sortear.

domingo, abril 24, 2011

La cuenta

- Eso es lo que me debes.
Sobre la mesa el papel arrugado. La tinta negra dando solemnidad de testamento a lo escrito. Un par de palabras en una línea y una subordinada compleja en la siguiente. Todas con un número a izquierda y derecha. A izquierda las raciones pedidas, lo servido, a la derecha el montante final por cada uno de los servicios.
Dos vasos medio llenos de cerveza, un plato de patatas fritas sin tocar y el eco de una discusión entre paredes. Ella sentada, con gafas de sol, ocultando bajo cristales opacos unas pupilas que no le miraban a la cara estando perdidas ya en otro sitio. Él de pie, la mano abierta con la palma extendida hacia ella, pidiendo lo que era suyo.
- Te he hecho un buen precio.
Ella revisó la cuenta, echó su tiempo en cada coma y en esos recuerdos que sólo aparecen como fotografía en la memoria. Al principio la boca hizo sonrisa y poco a poco, como el café que amarga con las horas, se fue torciendo hasta terminar con los labios apretados formando un sello.
- Está casi todo bien.
- ¿Casi? - preguntó él.
- Me querías cobrar también lo único de lo que me arrepiento -dijo señalando el papel.
- ¿Eso? - sonrió -. Te lo regalo. Es justo que al menos te salga gratis el primer beso.

jueves, abril 21, 2011

Le encanta su moto


A mi padre le encanta su moto. Todo el día con ella, como si no existiera nadie sobre la tierra. Mi madre le observa cuando la limpia mientras repite con sorna que ojala esas caricias fueran para ella. Yo hago como que no me entero de nada. Mi padre siempre ha pensado que no me entero de nada, casi no existo porque no doy problemas. El colegio, el instituto, la facultad. Todo ha sido un no ser nada que le ha llevado a no saber quién es su hijo. Mi madre a veces le grita desde la ventana cuando le ve marchar. Él baja la visera del casco y ni se gira. Sólo el rugido del motor despidiéndose por efecto doppler a través de los tímpanos. Hace unos meses me hice con un trabajo, dinero que cae en casa y no viene de sus manos. Mi madre no necesita mucho y yo no tengo vicios que compartir. Recuerdo el día en el que mi padre cortó los frenos de la bicicleta para quitarme el miedo a las cuestas. Si quería una moto era obligado conducir sin frenos cualquier cosa de dos ruedas. Ahora miro el cúter sobre la mesa.


lunes, abril 18, 2011

Sin posavasos



A través de la ventana no daban tanto miedo. La cortina los difuminaba aún contra negro y eso a mí me daba tiempo para hacer las cosas con calma. Dejé el café recién hecho sobre la mesa de cristal, sin posavasos, lanzando señales de humo arábigo al aire. Me lavé los dientes con un cepillo eléctrico, una gozada, y me di una ducha rápida. Nada de peinarme ni de echarse una ojeada en el espejo. Cogí mis vaqueros viejos, la camiseta de algodón y me puse las zapatillas de piel gastada que suelo usar todos los sábados para salir de marcha. Me puse cómodo. Busqué a tientas el reloj, la cartera y el teléfono móvil. También me llevé el pequeño espejo con polvos blancos. Ella no se enteró de nada, seguía perdida en un sueño profundo producto de los excesos de la última noche. Aún olía a sexo del bueno en la habitación.
Al salir me los encontré sentados encima del coche, sonrientes, con esa cara de listos que ponen siempre justo antes de hacer su parte del trabajo. Como si fuera fácil estar tan bueno. Estúpidos. Lo difícil es separar sus piernas y dejar abierta la puerta de la casa.

viernes, abril 15, 2011

Pa´que lo entiendas

Aquel pájaro, sin duda, era de otro planeta, un fenómeno. Habitó en silencio tras nacer entre los que cultivan la sospecha. Nada por aquí, nada por allá pero crío que te va. Más de treinta años viviendo en casa de los padres y más de treinta años con una vida entre maderos que, por lo que cuentan, fue un examen sin fallo. El tema está en lo que vino después de perderse en el desierto. Digamos que esa fue una juerga de las que marcan camino. Tras la aventura sedienta hizo sus múltiples trucos y, mala suerte, no le salió bien el que quiso marcarse con una cruz. Al menos nadie olvidó su nombre, de hecho todavía más de uno se pone guapo para sacarle de procesión...

martes, abril 12, 2011

Piensa

Un apuesto joven al que besó en los labios con dulzura le gritó “¡guarra!”. La sonriente señora mayor de pelo blanco la escupió al sentirla cerca y el gordo de la pastelería la llamó “zorra” con insultante serenidad.
Tal vez por eso aquel día se dio el gusto de acercarse a un niño mientras cruzaba la calle sin mirar.
Sabía que al menos él, ignorante, le echaría una sonrisa al verla llegar.

sábado, abril 09, 2011

La playa

- ¿Cuantas veces ha visitado la playa?
- Tantas como quiso.
Las mujeres se apoyan en la silla de ruedas. Ambas se hunden en la arena dejándose llevar por el beso del agua y el mullido tacto del suelo diluyéndose bajo sus pies. Juntas, golpeadas por un viento de levante que las sacude como varas.
Nadie las ve salvo bajo el sol en la playa vacía. Nadie puede ver como sonríen al observarle caer en el agua sin salpicar ni chapoteo.
Bajan la cabeza y comprueban que las huellas se han borrado. Ya sólo quedan las muletas y, junto a las ruedas de la silla, el par de zapatos de esparto nuevos de tanto desuso.
Llorando recogen, abandonan la playa.



miércoles, abril 06, 2011

Capón

El hombre gordo asoma en la puerta de la granja. Su piel suda grasa y el resto, la carne magra, ondea con cada paso hacia el tipo de rodillas junto a la caja de cartón.
El hombre gordo parece un vaso de agua a punto de derramarse. Jadea bajito, mil jadeos por segundo, y es su aliento el que golpea en la nuca del granjero instantes antes de golpearle de verdad en el brazo para llamar su atención.
- ¿Quién es usted? - le pregunta.
- Soy la visita - sonríe -. El hombre del correo electrónico.
El granjero le observa como un enano a una montaña. Entre pliegues de carne adivina unos ojos pequeños y saliva escapando de unos labios arrugados que parecen un par de costuras mal hechas. Después se limpia las manos de sangre y se pone de pie. Deja tirada en el suelo la caja de cartón llena de pollos que corren de un lado a otro. Uno de ellos salpica gotas rojas desde la base de sus patas traseras mientras intenta arrastrarse hasta una de las esquinas.
- ¿Son esos verdad? - el hombre gordo se inclina.
- Sí.
- ¿Está empezando con ellos? - el hombre gordo se levanta.
- Sí - el granjero mete la mano entre el alboroto y coge uno de los pollos. Después con el índice y el pulgar agarra un pequeño apéndice y tira de él haciendo gritar al animal más como un gato que como un ave -. Sígame - dice lanzando el pájaro sin mirar.
El granjero camina rápido, el gordo se mueve con dificultad entre la paja y el barro del suelo. Según andan dejan a los lados infinitas jaulas con infinitos pollos en su interior. Algunos son gallinas, gordas, rechonchas, cagando sin parar. Otros, una minoría, son gallos altivos de perfil delgado que introducen el pico entre las rejas. El ruido se hace insoportable y el hombre gordo agradece no entender qué dicen los animales. Todo parece gritar a su alrededor.
Cuando alcanzan el extremo de la nave el granjero señala un montón de jaulas apiladas sobre un palé de madera.
- Ahí los tiene.
El hombre gordo asiente y eso parece señal para que el granjero se dirija hacia el toro mecánico situado detrás de la carga. En unos segundos enciende el motor, levanta las jaulas y desaparece por la puerta principal. El hombre gordo regresa sobre sus pasos. Casi puede seguir, como vías de tren, el sendero que ha ido marcando unos segundos antes sobre la mierda del suelo.
El granjero descarga directamente en el maletero de la enorme furgoneta que espera en el exterior. Lo hace rápido, provocando a los pollos, haciendo caer una lluvia de plumas que deja el interior del vehículo perdido. Cuando el hombre gordo llega junto a él todo está listo para que se marche de allí.
- ¿Quiere ver alguno?
- Claro - asiente.
El granjero abre una de las jaulas y saca del pescuezo uno de los pájaros. Lo deja caer al suelo y este apenas se mueve. Sus dos patas parecen hundirse entre las plumas impidiendo que se mueva y el pico está enterrado entre una cabeza descomunal para una animal tan pequeño. Casi no puede respirar y emite un silbido. Como si estuviera desinchándose constantemente.
- Están tan gordos que ni se menean. Así pasa luego que de blandos que son se deshacen en la boca.
El granjero reintroduce al pollo en la jaula y el hombre gordo saca un sobre del bolsillo del pantalón para entregárselo después.
- Muchas gracias - el granjero se gira y vuelve al interior de la nave cerrando con un portazo.
El hombre gordo se mete en el coche y observa la carga en el retrovisor. Todo grasa y filetes en ciernes. Veinte jaulas llenas de carne de pollo. Casi no se oye nada detrás, más de uno habrá muerto del susto por el traslado y el resto estará cansado de vivir entre tanta carne inútil. Cuesta mucho respirar por una existencia así.
El hombre gordo arranca el vehículo y siente un desconocido hormigueo debajo de la bragueta del pantalón.


Con este relato termino la serie "Dogmas vs Microrrelatos"
Empecé en noviembre de 2010.
Yo me lo pasé bien.
Espero que ustedes/vosotros también.
Un saludo.


domingo, abril 03, 2011

El bulto

La vieja casa sobre la colina se recorta en el horizonte como sombra sobre luna llena. A uno de sus lados la silueta de un hombre se aproxima con paso lento hasta la entrada. El portón se abre después a golpe de trueno. El salón, bajo araña enorme de velas, danza en un claroscuro que permite al mayordomo, blanco sobre negro, aproximarse con sigilo hasta el desconocido.
- Ya está usted aquí - inclina la cabeza -. Le espera arriba.
La cara del visitante se ilumina dejando sus ojos un brillo que chispea. Tira el gabán y se dirige con paso firme, taconeando el suelo como un metrónomo, para alcanzar las escaleras. Según asciende pasa junto a cuadros al óleo que recuerdan rostros antiguos, también deja atrás un par de acuarelas que dan frío y un bodegón podrido de tanto quedarse quieto.
El pasillo hasta el cuarto se extiende entre dos paredes blancas. Un triciclo, un par de risas y un susurro contaminan el paseo hasta la puerta del fondo.
La puerta se abre y las bisagras tiritan por el esfuerzo. Delante, bajo la luz de un flexo metálico, algo se mueve. El hombre extrae la pistola de su bolsillo derecho y estira sobre su rostro el pasamontañas oscuro. Gana los metros necesarios para acercarse al bulto vestido con ropa vieja y sitúa el cañón del arma sobre su nuca. El bulto, al percibir el cilindro frío, se gira despegando las manos del teclado con esfuerzo.
-¿Quién eres? - pregunta.
- Sin duda, el peor de tus géneros.

21. Prohibidos los cuentos de género (terror, romántico, viajes…). Prohibidos los cuentos ingeniosos.


ATRAPAPALABRAS
"Un blog de microrelatos y poesía. Alberto García Salido es su autor. Especialista en relatos de cien caracteres, sólo cien. Y las fotos son muy buenas..."

DIARIO DE DÍAS RAROS
"Gracias a Alberto García Salido, "No pasa nada de nuevo...", Por mostrarme su magnífica obra..."

ASAMBLEA DE PALABRAS
"... es el blog que edita, desde algún lugar de España, Alberto García Salido. Sus textos tienden a la brevedad, ya sean poéticos o narrativos..."

-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Derechos de autor Todos los derechos relacionados con los textos aquí expuestos son propiedad de su autor Alberto García Salido. En consecuencia, queda absolutamente prohibida la copia, edición, reproducción total o parcial, modificación, publicación, adaptación o traducción de los mismos sin la expresa autorización por escrito del autor.
-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Safe Creative #0906030101932 Page copy protected against web site content infringement by Copyscape





No pasa nada, de nuevo... by Citopensis on Grooveshark