El día del fin del mundo se terminó la partida. La baraja entera sobre la mesa, boca arriba, con las figuras haciendo combinaciones. Todo lleno de billetes falsos, humo de tabaco y vasos con límites de carmín. Fueron felices repartiendo los restos de comida. Lamieron la punta de sus dedos. Un chuik-chuik asqueroso. Encima las nubes negras, los rayos y truenos, toda la parafernalia. La piedra caliza se abría en una alfombra de lava. En la distancia las primeras gotas de lluvia ácida horadaban el suelo. Con las trompetas empezaron las despedidas. Hasta nunca, ha sido un placer. Cada uno se fue por donde vino. El cielo, la tierra y el viento recuperaron sus propiedades. El último se quedó observando la mesa infinita sobre la que tuvo lugar la fiesta. Tantos años haciendo azar y al final hasta de eso se aburre uno. Apenas escuchaba el grito de los hombres, crujir de huesos bajo sus zapatos al caminar. Miró las estrellas, como el que observa un principio, para desaparecer con un estallido y buscar otra superficie en la que jugar.