La cena se enfriaba en la mesa pero eso, a él, le daba igual.
Curioseó en la estantería buscando un buen vino tinto, a poder ser suave sobre lengua y dulce sobre paladar.
Abrió la botella con mimo, para no molestar a los vecinos, y sirvió las dos copas haciendo música con el hilo rojo derramado desde la botella hasta el cristal.
Después tomó un trago del brebaje mientras su mujer, con los ojos muy abiertos, simulaba perfectamente el papel de comensal agradable.
Él no pudo evitar besarla saboreando sus labios.
Cuando empezó a masticar comprobó, para su sorpresa, que aún helada sangraba esa carne.