jueves, abril 23, 2015

Amago de escritor en defensa propia

Escribo poco en primera persona.
De hecho escribo poco, así, en todas las personas posibles.
Escribo poco porque no hay tiempo, que conste, y quitando tiempo a la escritura se lo añado a la vida.
Consuela pensar que luego la vida se vuelca sobre las letras y se hace escritura.
Una pescadilla que se muerde la cola, vamos.
El eterno retorno.
El caso es que hoy es el día del libro, y las calles se llenan de manos pasando páginas. Como buscando hacer ventisca entre múltiples dedos, con las ideas de unos y de otros haciendo cuchicheo invisible para llenar la atmósfera de historias. Una vez al año no hace daño respirar aire enriquecido.
Si alguno me lee a menudo (lo dudo) o si me lee de vez en cuando (lo sigo dudando) sabrá que no escribo apenas del "yo" porque da como dolor de cuello eso de buscarse el ombligo.
Pero siempre hay peros.
Hoy es un "pero".
Lo has adivinado.
He mirado la estantería y he visto mis libros, como unos extraños que una vez fueron dentro de mi cabeza y ahora me observan casi tan viejos, tan maduros, como la idea que los hizo papel.
Unos viejos amigos que ya hacen un trío para irse de copas como una multitud.
Haré un repaso cronológico tirando de retrovisor.

Año 2009, "El tipo que escucha", el primero entre tres. Un valiente el colega, con más defectos que virtudes pero con toda la ilusión del que sabe que todo se puede aprender en la vida. Nos lo pasamos bien. Libro hecho por el que ahora teclea desde la primera página hasta el punto y seguido que se disfraza de final. Una aventura de esas que se cuentan entre comillas, la escritura como regalo. Mirar su portada es recordarme buscando en la red una silla semejante a la que utiliza el protagonista del relato que da nombre al título. Dibujarla y aportar locura a lo cuadriculado fue después cuestión de tiempo.

Año 2013, "Equilibrio/Entre cuatro paredes una sábana invisible", el segundo, libro de dos caras. Novela corta y relatos. Se hace pasar por el hermano mayor por eso de ser el que tiene más palabras. El tío es complejo. Un te quiero, un disparo, la soledad y las nubes. Todo dando la vuelta constantemente. Él sabe que fuimos felices, que abrimos puertas y visitamos esos bares de escritor en ciernes dónde para sentirse cómodo hay que sentirse un privilegiado. Ni él ni yo somos así, mejor pasar desapercibidos y dejar huella con el trabajo de fondo. Todavía soñamos, y no se lo digas a nadie, con un película basada en la novela corta. Los dos sabemos (los tres si contamos al editor) que no hay ascensor sin historia y que la gente no sabe lo que le espera cuando se cierran las puertas mecánicas antes del viaje vertical.



Año 2014. "Demasiada roca solitaria". El tercero. Microrrelatos, dardos que no se ven apenas. Fotografía de letras, quizá telegrama. Todavía estoy pensando cómo referirme a un libro que casi se rompe entre las manos. Se degusta despacio, puesto que cada cuento es un precipicio al que se llega corriendo antes de frenar con el punto y final. Quizá no estaba preparado para escribir sobre la cuerda floja, pero a veces uno se tambalea para poner las cosas en su sitio. Libro que me susurra de vez en cuando animándome a tirar del hilo de algún que otro micro con intención de buscarle una historia a ese personaje secundario que se queda pendiente de un final abierto. Vivir es un final abierto le digo, y cada historia vive en la pupila del que le pone final.


Ya termino.
Reconozco que me he derramado lo suficiente.
Quiero que conste que no me considero escritor.
Quizá un intruso que abre la puerta de la habitación de sus padres para molestar un poco.
Amago de escritor.
Entre esas tres palabras me siento ligero, quizá porque la responsabilidad de hacerlo bien, hacerlo en serio, con todas las comas en su sitio, se lo dejo a los que exprimen los párrafos para prestarnos su manera de ver el mundo. En todos ellos está el secreto para ser lo que no somos, para leer lo que nos lleva a otro lugar sin movernos del sitio.
Os invito a leer en la búsqueda continua del punto y seguido.
Porque está bien hablar del "yo", pero mejor, más sano y más lógico, es que hoy hablen los libros.

Un saludo.




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