
Cuando vio al dragón lanzándole fuego salió corriendo escalera arriba.
El pobre Francisco, perdido, corrió a oscuras con la cabeza agachada hasta chocar con un viejo monje ensimismado.
- Perdone - le dijo - ¿dónde estoy?
El monje se desvaneció ante él dejando un olor peculiar a pastel recién hecho.
Francisco, sintiendo de nuevo cerca al dragón, continuó subiendo mientras sus piernas se convertían en dos bloques de mármol que le impedían seguir superando peldaños.
El dragón cada vez más cerca y Francisco cada vez más quieto.
Petrificado.
Entonces, envuelta en un destello naranja, luz cegadora, apareció ante él la cruz roja.
Sus amigos vieron alejarse la ambulancia en silencio.
Fue la última vez que hicieron un bollo con aquellos hongos tan raros.