La madre observa a sus hijos. Los paquetes sin abrir. El roscón sobre la mesa con el chocolate todavía humeante. El niño, Alejandro, sostiene la raqueta de tenis. Es la raqueta que le compraron para su último cumpleaños, la que pesa muy poco y tiene un perfil curvo que rompe el aire con un chasquido. Ella, la casi adolescente María, se encarga de apretar los nudos con fuerza. Son más de seis años de scout y ni una sola tienda de campaña al suelo.
La madre, abrazada a su vieja bata rosa, observa la escena en el centro de su salón. No abre la boca y puede ver en sus hijos esa cara que se le pone a su marido cuando pierde su equipo.
En el centro un hombre vestido con una traje verde brillante, cinturón de cuerda trenzada con unas pequeñas guirnaldas colgando. Se puede adivinar una barba dorada falsa, anclada al resto de la cara gracias a unas orejas enrojecidas. La boca atrapada por un paño blanco y los ojos fuera de las órbitas. También sorprendidos, extrañados, intentando llamar la atención de los que le tienen preso.
Los niños, descalzos, giran alrededor del hombre en el suelo. Dan una patada al saco de terciopelo que, por los adornos, parece propiedad de su presa. La madre sonríe y avanza hacia la escena. Sabe que en momentos de crisis es útil mantener la calma. Alejandro bufa, excitado, como si por fin estuviera poniendo solución a un problema. María comprime los nudos, sabe que falta un poco más para que se queden sin sangre esos dedos enguantados en blanco.
El atrapado observa a la madre, los párpados muy separados, y los niños se detienen un instante.
- Mamá, - gruñe Alejandro - cuando vuelva papá va a flipar con lo bien que nos hemos portado.
Y se escucha un chasquido antes de aplastar los regalos.
1 Respuestas:
Intenso!
Pasé a saludar...
Un abrazo,
Yeli
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