No hay caballos en el infierno, allí se queman sus pezuñas de uñas rotas por el pisar de piedras que siempre vemos detrás, en el camino que hace el viejo carro del abuelo.
Tardó seis meses en construirlo, la madera no abunda en un sitio como este y los árboles son tan pocos que cortar uno implica investigación por parte de un sheriff que siempre está aburrido, pensando en disparar una pistola que tiene las balas perdidas en unos bolsillos enormes, emborrachadas en el tufo que deja el whisky del malo.
Ser caballo no es tan malo como parece, te paseas sobre cuatro patas, es mucho más dificil caerte. Si algo tiene que tocar el suelo que sea el que está encima mostrando los dientes amarillos de tanto dejar la boca abierta...
Yo me conformo con poco, no siempre lo que está más lejos es mejor, prefiero no arriesgarme a perderme en un mundo que no conozco, un mundo que no me conoce.
Así que en el infierno no hay caballos, que allí quema el suelo y no tiene utilidad alguna el cabalgar para llegar a otro sitio... de eso se encargan allí los que entre caballos y buenas personas no piensan nunca de qué esta lleno el infierno...
Porque está claro que el infierno se nutre de feos caballos con dos patas...
que sólo saben mostrar sus sonrisas rotas.
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