No reconocí al hombre que tenía frente al espejo y en cambio éste se clavó en mis pupilas. Me mostró los dientes dejando escapar entre ellos un líquido blanco que cruzaba su barbilla dejando un rastro de pequeñas burbujas.
Intenté desviar la mirada pero alzó la mano y me mantuvo quieto mientras él zarandeaba mi rostro con un movimiento intermitente de su brazo derecho.
Sentí un hormigueo en la espalda, frío sobre la lengua, y le ví caer pegado al sonido de algo que parecía rasgarse bajo mis manos.
Le sustituí sobre el cristal con el rostro empapado.
Despierto.
Temiendo el día en el que olvide lavarme los dientes.
3 Respuestas:
Un temor siempre es mejor que una certidumbre.
Esos espejos mágicos...
Esteban: quizá sea mejor temer algo que es certidumbre que tener miedo de algo que por posible se convierte constantemente en probable.
Y tal.
PD: parezco Antonio Ozores.
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