martes, abril 04, 2006

Supersticiones

De repente, cómo si fuera una ráfaga de viento, aparece. Te da un golpecito en la espalda y, como siempre, te giras pensando en cómo ha conseguido hacerlo de nuevo.

- Buenos días.

Te quedas con cara de tonto, no parece que él le de más importancia que la que debe dársele a aparecer tal y como si fueras un fantasma. Lo peor de todo es que ni siquiera parece despeinarse durante todo el proceso de "llegada súbita". Permanece siempre con el rostro serio y los ojos esbozando una pequeña sonrisa, con el espacio entre sus cejas arrugado y la frente perfectamente subrayada por un montón de arrugas que le hacen parecer tan listo cómo pensamos que es. Sobre su pelo gris descansa un viejo sombrero, de los que vemos en las películas en blanco y negro, los mismos que el malo de turno agarra entre sus manos mientras intenta no confesar que él es el asesino.

- ¿Desde cuando llevan ahí dentro?

Tras saludar siempre pregunta "desde cuándo", me dan ganas de gritarle yo también una pregunta... del tipo: "¡¿Cómo leches lo haces?!

Pero prefiero sonreir y mirar en mis bolsillos, buscar la libreta en la que apunto qué está pasando y quién está haciendo que pase.

- Desde bien temprano... yo he llegado a las 8 de la mañana y ya estaba todo montado.

Sonríe y se quita el sombrero, su cabello ni se inmuta ante el gesto. Me gustaría comprobar que pasaría allí arriba con el apoyo logístico del viento de Tarifa, pagaría dinero por verle perder un poco la compostura.

- ¿Hay alguien de la policía con ellos?
- Ninguno, intentamos hablar con él pero no hemos podido.
- ¿Le habeis visto?
- Sí, lleva puesto un pasamontañas negro... se debe estar muriendo de calor el cabroncete.

Ni una mínima muestra de empatía, este tío me desespera, ¿cómo fué capaz de hacerse policía sino entiende las bromas de sus compañeros?. No tiene humor, ni un poquito.

- ¿Cuantos rehenes?
- Cinco. El director del banco, dos secretarias, el vigilante jurado y un cliente que no sé que hace tan temprano en el banco la verdad.
- Está bien.

Pues listo, ahora empieza lo divertido.

Llevo 20 años en el cuerpo de policía, se dice pronto, y tengo que reconocer que nadie trabaja como él. Es una manera distinta, extraña, que cuando da resultado resulta espectacular. La primera vez que le vi pedir una escalera de aluminio pensé que quería subir a una ventana o al techo del edificio para entrar o para ver mejor la situación.

Pero lo que hizo fué ponerla junto a la entrada de la casa en la que un joven delicuente se había parapetado. Nos hizo llevarle una pizza para comer y dejarla en el suelo, delante de la puerta. El chico salió, se puso debajo de la escalera y a los pocos minutos apareció corriendo ante nosotros porque le había picado una avispa en la punta de la nariz. Llorando, el chaval vino llorando...

Hoy parece que va a intentar algo distinto, junto a sus pies hay una pequeña jaula de color gris. De las que venden en las tiendas de animales. La abre y sale de ella un gato negro de ojos enormes, se detiene un momento a olisquear y, con un ágil salto, se le sube a los brazos. Él comienza a andar hacia el banco, mis compañeros se apartan, tanto los que le conocen como los que no saben ni quién es. En momentos de crisis el aparentar confianza y serenidad impone respeto, apuesto a que si en un incendio alguien camina mirando al frente más de uno se le queda observando y más de dos se van detrás de él. Aunque luego se lance de cabeza al fuego.

Tras detenerse junto a la enorme puerta de cristal deja al animal en el suelo y da media vuelta para quedarse ahí quieto. El gato con un nuevo salto desaparece tras la puerta que, curiosamente, estaba entreabierta.

Unos segundos después se oye un disparo, le sigue un grito.

O se han cargado al gato o se han cargado a un rehén.

Él vuelve a girar y entra en el banco. Segundos después aparece con el gato entre sus brazos y con toda la tranquilidad del mundo regresa a mi lado. Se agacha e introduce al felino en su jaula.

- Se ha pegado un tiro en la pierna - dice.

El sombrero vuelve a su cabeza y él desaparece tras doblar una esquina, con la jaula bamboleándose lentamente con sus pasos.

Uno de mis compañeros llega junto a mí y me cuenta lo ocurrido.

- ¡Jefe!... ¡se ha disparado al pie!... ¡él solo!

Minutos más tarde el sonido de la sirena de la ambulancia me despierta de mi ensimismamiento. Sobre la camilla llevan a un hombre calvo que no puede parar de gritar de dolor, el pie derecho ensangrentado parece una coliflor.

Yo no sé cómo supo que el ladrón era calvo.

Pero sí que sé que si ves un gato negro más vale que te toques el pelo, por si acaso.

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