El fuego lamía la piel del enfermo despidiendo un penetrante olor a pollo quemado que invadió la habitación de paredes blancas.
En pocos segundos revolotearon ante sus ojos las primeras partículas de ceniza. Cuando éstas conformaron una pequeña nube oscilante el científico tomó la jeringuilla e inició su trabajo.
Una a una las encerró en el interior del cilindro de plástico y no se detuvo hasta que el fuego había consumido por completo el cuerpo bajo las llamas.
Al finalizar pulsó un timbre y dos hombres se llevaron los restos calcinados.
El científico se quitó la mascarilla y suspiró al observar su captura. Después abrió un maletín metálico y guardó la jeringuilla en su interior.
Abandonó la sala al tiempo que otro enfermo inconsciente era situado en el centro de la misma.
No quiso mirar.
Y bajó la cabeza al cruzarse con el siguiente científico en utilizar aquel modernísimo laboratorio de investigación.
Este relato participó en el concurso "Minificciones" de Agosto 09
4 Respuestas:
La verdad, abstracto cómo el sólo.Saludos.
Toda la razón llevas.
Te dejo un beso,el texto me ha cambiado el estado de ánimo y eso me mola mucho
Besicos
¡Uff! Da miedo sólo con leerlo...
Un buen texto, sin duda, que da qué pensar.
Saludos.
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