Decidió mantener los ojos abiertos y no pestañear.
Abandonó el edificio imaginando que todo lo que ocurría a su alrededor era un enorme metrónomo dirigiendo sus pasos. Anduvo tan rápido que sus pies terminaron por iniciar la carrera sin pedirle permiso al resto del cuerpo.
Cruzó los semáforos en rojo y no se detuvo al oír el pito de los coches al pasar junto a él casi atropellándole.
No percibió el sudor en su frente ni el frío que hacia ocultar bajo gorro y bufanda el rostro de los transeúntes que le esquivaban al verle pasar.
La boca cerrada y los dientes apretados convirtiendo el mentón en la quilla de un barco que navegaba hacia el único puerto en el que se sentía seguro.
Empujó la puerta del portal y dejó que ésta golpeara contra los azulejos generando un estruendo que era onomatopeya de su rabia.
No cogió el ascensor y saltó las escaleras de tres en tres acelerando hasta quedar frente a la puerta de su casa.
Ahí se detuvo.
Temblando introdujo las llaves en la cerradura sin ser capaz de hacer encajar el metal con el diminuto agujero. El ruido generado por esa búsqueda inútil hizo que alguien en el interior se diera cuenta de que había llegado.
Se abrió la puerta y ante él quedó una mujer: delantal rojo, las manos manchadas de harina y una sonrisa dulce moldeando sus labios.
Comenzó a llorar.
Ella le dio la mano llevándole hacia su pecho antes de preguntar.
- ¿Qué ha dicho el médico? - dijo muy bajo.
Abandonó el edificio imaginando que todo lo que ocurría a su alrededor era un enorme metrónomo dirigiendo sus pasos. Anduvo tan rápido que sus pies terminaron por iniciar la carrera sin pedirle permiso al resto del cuerpo.
Cruzó los semáforos en rojo y no se detuvo al oír el pito de los coches al pasar junto a él casi atropellándole.
No percibió el sudor en su frente ni el frío que hacia ocultar bajo gorro y bufanda el rostro de los transeúntes que le esquivaban al verle pasar.
La boca cerrada y los dientes apretados convirtiendo el mentón en la quilla de un barco que navegaba hacia el único puerto en el que se sentía seguro.
Empujó la puerta del portal y dejó que ésta golpeara contra los azulejos generando un estruendo que era onomatopeya de su rabia.
No cogió el ascensor y saltó las escaleras de tres en tres acelerando hasta quedar frente a la puerta de su casa.
Ahí se detuvo.
Temblando introdujo las llaves en la cerradura sin ser capaz de hacer encajar el metal con el diminuto agujero. El ruido generado por esa búsqueda inútil hizo que alguien en el interior se diera cuenta de que había llegado.
Se abrió la puerta y ante él quedó una mujer: delantal rojo, las manos manchadas de harina y una sonrisa dulce moldeando sus labios.
Comenzó a llorar.
Ella le dio la mano llevándole hacia su pecho antes de preguntar.
- ¿Qué ha dicho el médico? - dijo muy bajo.
2 Respuestas:
Perfecto tu blog, me encantó.
Cuenta con un nuevo seguidor y sigue así.
Un relato excelente. El final me dejo con la piel de gallina.
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