El hombre invisible apaga el despertador unos segundos antes de que este suene. Se desliza bajo las sábanas y abandona el calor a préstamo de su mujer. No hace ruido. El hombre invisible se ducha. Las gotas de agua y la espuma trazan la silueta de su cuerpo. Se ve cartografiado, tan limpio y tan sucio. La toalla es el abrazo de siempre antes del desayuno. Doscientos cincuenta mililitros de café caliente, cien mililitros de leche entera, sin azúcar. Rellena el termo después de un trago. Se viste con su mejor ropa invisible. Jersey, pantalón de pana y calcetines. Antes de salir se busca en el espejo del baño. Todavía juega con el peine como si hubiera algo que peinar entre la invisibilidad. El peine flota de regreso hasta la repisa como una pluma que cae con cuidado. Camina hasta la puerta y busca en el vaciabolsillos las llaves de casa, la cartera y los papeles. Quita el cerrojo y siente el frío de las llaves. El ejemplo de lo que será la mañana en la cola. El portal a oscuras entre las puertas cerradas. Su mano en el pomo y un tirón suave para no molestar a los que todavía duermen. En la rendija ante sus ojos distingue, al final del pasillo, una sombra en pijama que bosteza un "adiós papá" infantil. Al entrar en el ascensor, planta baja, se consuela pensando que ella todavía le puede ver.
2 Respuestas:
Áplaudo en mi forma más invisible. Pero sé que tú me puedes ver, es un don que tenéis los niños y los buenos escribidores.
Abrazos, siempre
Gracias Amando.
Un saludo.
Publicar un comentario