Luis, por el sueño, desperdició unas gotas del crecepelo mágico sobre el lavabo.Se marchó al trabajo sin desayunar, cuando las primeras pelusas surgían del grifo. Pudo llegar antes que su jefe, la obligación no escrita, e intento disimular un día normal. Le dijeron que sólo sobre el cuero cabelludo, que no se hacían responsables de lo que pasara en otro lugar.
Comió con Fernando, el que le habló del mejunje, y recordaron los tiempos en los que el corte de pelo a tazón hacia estragos en los colegios. Los dos hablando de cabellos mientras en casa el baño había cambiado de alfombra. Desde la pequeña ventana se intuía el movimiento de una ola oscura que avanzaba hacia la puerta.
Al terminar la tarde Luis salió deprisa al gimnasio donde cumplió con su hora de castigo. Se duchó, se sacó brillo a la calva y volvió a casa andando. En el portal Julio le dio las buenas noches y subió las escaleras de dos en dos. Sacó la llave y jugó con la cerradura hasta que pudo notar cómo el metal hacia espacio entre una superficie mullida. Abrió la puerta y se encontró con una suave caricia que le arrastró lentamente hacia dentro. Inmovilizado por un siseo de cabellos negros. Olor a pelo recién lavado que le fue abriendo la boca mientras le hacia levitar hasta el lavabo. Allí, como en un altar, el bote morado oscilaba sujeto por un par de manos trenzadas. Luis observó como las ondas de pelo acercaron el recipiente a sus labios para dejar caer su contenido sobre la lengua. Le conmovió pensar que no le habían engañado mientras sentía como se desgajaba su nuca para empezar.
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