lunes, julio 10, 2017

La orilla

La orilla de la playa bajo el sol es una mapa de nosotros. No de ti, no de mí, si no de todos. Ahí podemos ver cómo el abuelo se hace obrero para crear un castillo y el padre excava un agujero buscando en cada palada una justificación para un pensamiento. Cavar relaja, zas, como las olas, zas. Y la arena es nuestra pesada carga de la que a veces queremos huir dando un paseo. Por la orilla con un pie húmedo y el otro seco. Andar hasta llegar a un muro invisible, que se hace tarde, para dar la vuelta y ponernos del otro lado. En nuestro punto, toca regreso. No parecer estupidos al cambiar de sentido es un reto. Nos extendemos bajo una sombra portátil, grises, escapando del mismo calor que nos ha hecho ir allí. Observamos tras gafas de sol que ahora, la moda manda, son casi un espejo en el que mirarse para ver que no hay bañador que siente bien salvo en cuerpo ajeno. Los niños, la fruta, la bebida fría y los vendedores ambulantes, que parecen ser dueños de una piel inmune a esos factores que ahora nos embadurnan como una manta que hace de escapatoria al invierno. Y es la playa lo que nos pica, la sal, la arena fina y la posibilidad de ensuciarnos como cuando éramos niños y al otro lado del mediodía quedaba comer y una siesta, la siesta más larga posible dado que después de ella siempre había una forma distinta de perder el tiempo. Pero ya no somos niños, y cuando lo fuimos no sabíamos que eso también se echa de menos. Mirar hacia atrás sin deslumbrarnos es imposible. Ahora somos los que cargan, los que leen y los que se preocupan. Somos lo que ellos todavía no saben y puede que por eso sea tan sencillo mentirles para que no se les pongan borrosos los sueños. La playa, la orilla y la marea. Y nosotros ante un agua inmensa que baila diciéndonos que ella está ahí para estar siempre. Ella es la música, el baile y lo que te rondaré morena. Nos cansamos, nos hacemos los muertos, para flotar un poco más, ya casi nada, y despedir el día, dar las buenas noches y quizá beber algo ahora para que lo vivas luego. Pero la playa sigue y nosotros sabemos que seguir es el único verbo que conjuga la esperanza. Y extendemos la toalla, clavamos la sombrilla y cerramos los ojos bien tumbados sobre la arena. Para sentir la caricia invisible que nos cambia de color, tan caliente, para pensar en el siguiente baño, el siguiente paso, porque esto esto es la vida, la playa, y siempre hay una nueva ola para borrar la huella del que pasea, para dejarnos claro que ya queda poco, que ya queda menos.

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