
Rodeado.
Perdido.
Vacío.
Mi ciudad.
Ser entre tantos,
para no ser ninguno."
No les digo por donde saqué a la abuelita porque seguro que no reeditarán el cuento. Tampoco les revelaré el secreto de aquellos enanitos siniestros ni los verdaderos pensamientos alegres necesarios para poder volar. Mejor me sentaré en este aparato, que ya tengo una edad, y esperaré, pacientemente. Por eso dejé bien llenas de pistas todas mis películas, porque siempre me ha divertido imaginar a la gente del futuro buscando secretos entre tanto dibujo y moraleja barata.
Mira, parece que ya aprietan el botón.
Enseguida comienzo a sentir sueño. Percibo también un poco de frío.
Dentro de unos años, cuando despierte, quizá estas benditas máquinas dejen de ser, aparentemente, como una simple nevera.
Algún día se enterarían de quién era el que movía el espejito. Aunque en cierto modo le daba igual pues siempre podría culpar al mecanismo de giro.
Vivía solo ahí arriba, la gente le respetaba por su gran labor y además disfrutaba gratis de unas vistas maravillosas. Un trabajo fácil en el que sólo debía asegurarse del buen estado del foco.
Como recompensa, más allá del sueldo, cada cierto tiempo el hombre se tomaba ciertas licencias y apuntaba dónde no era.
Después el farero cruzaba los brazos sonriente mientras esperaba que el mar y la noche borraran las pistas y terminaran, si se daba el caso, con la tarea.