
Dejó una costura en el rostro.
Fue hábil.
Inventó la sonrisa.
La forma de vida exploradora zarandea sus antenas.
El resto del grupo recibe el mensaje y se desplaza, como líquido, sobre la loseta gris rociada de polvo amarillo.
Se detienen formando una línea y dejan que el sol caliente su cuerpo al tiempo que inspeccionan alrededor muertas de miedo.
Ninguna de ellas excepto la forma de vida exploradora mira hacia arriba.
Y desde arriba se derrama una sombra sobre el grupo.
La forma de vida exploradora camina unos pasos al frente buscando una visión adecuada del extraño fenómeno y observa perpleja como sus compañeras son aplastadas bajo un peculiar objeto que termina también por triturar a la sombra.
La forma de vida zarandea triste sus antenas.
Con la multa le dejarán sin puntos en su carné de exploradora.
El fuego lamía la piel del enfermo despidiendo un penetrante olor a pollo quemado que invadió la habitación de paredes blancas.
En pocos segundos revolotearon ante sus ojos las primeras partículas de ceniza. Cuando éstas conformaron una pequeña nube oscilante el científico tomó la jeringuilla e inició su trabajo.
Una a una las encerró en el interior del cilindro de plástico y no se detuvo hasta que el fuego había consumido por completo el cuerpo bajo las llamas.
Al finalizar pulsó un timbre y dos hombres se llevaron los restos calcinados.
El científico se quitó la mascarilla y suspiró al observar su captura. Después abrió un maletín metálico y guardó la jeringuilla en su interior.
Abandonó la sala al tiempo que otro enfermo inconsciente era situado en el centro de la misma.
No quiso mirar.
Y bajó la cabeza al cruzarse con el siguiente científico en utilizar aquel modernísimo laboratorio de investigación.
Este relato participó en el concurso "Minificciones" de Agosto 09