Resultaban una pareja peculiar, de estos bromistas que no podían estarse quietos ni un momento buscando la sonrisa cómplice, la carcajada estruendosa o el cuchicheo ácido.
Sin parar.
Cuando nos dijeron que se casaban no les creímos, obviamente. De hecho el mismo día de la boda los invitados nos mirábamos unos a otros pesando que aquello era otra de las suyas.
Pero llegaron.
Sonó la marcha nupcial y dio comienzo la ceremonia.
En el momento en el que el cura le preguntó a ella si quería a su pareja como esposo dijo sí sin dudar. Cuando se lo preguntó a él la novia sacó una pistola y apuntándole a la frente dijo:
- A ver que contestas.
Él dio un paso atrás asustado y ella apretó el gatillo.
La gente comenzó a gritar.
El novio quedó empapado mientras ella disfrutaba de su broma.
El banquete se celebró en un bello jardín junto a un lago artificial. El menú fue delicioso y el servicio trató a cada invitado como un elemento imprescindible de la celebración.
Finalizó con la típica tarta de boda en la que dos muñequitos coronan su punto más alto. El novio dejó que su mujer hiciera los honores y le dio una pequeña espada conmemorativa para que partiera la tarta.
Al ver cómo iniciaba el movimiento él se tiró al suelo.
Tras la explosión todo quedó manchado de blanco y rojo.
Blanca nata de pastel.
Rojo sangre de la novia.
2 Respuestas:
Este relato participó en el concurso "minificciones" del mes de septiembre.
No gané.
No me extraña.
Un saludo.
¿y dices que no pasa nada, de nuevo?
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