Mundo tan resumido

- Por favor, sea breve – dijo el editor.

El autor, acostumbrado a dar vueltas con las palabras alrededor de una idea, comenzó a sudar. Él, experto en novelas de más de mil páginas, recibió como una estocada la indicación. ¿Cómo podía narrar una historia haciéndola breve si la brevedad es la nada para alguien como él?

Cayó sobre la silla sonriendo para disimular el sabor agrio de la bilis que escalaba hasta su boca a través del esófago.

En su cabeza comenzaron a caer una tras otra todas las ideas que había ido hilvanando durante los últimos días. Desaparecía así la ira, la venganza, el personaje caricaturesco, el antihéroe, las dudas, el miedo y todas las coincidencias que ayudaban al protagonista tanto a lograr la absoluta comprensión de la vida como a recuperar un viejo amor.

Nada servía pues la brevedad era incompatible con todo eso.

Vio pasar ante sus ojos años de trabajo sobre el escritorio, páginas en blanco repletas de letras que ya no tenían el mismo valor que antes pues eran sobras en el camino. Se veía obligado a crear en pequeño, en minúsculo, para contar en menos lo mismo que antes en mucho.

El escritor no estaba preparado para habitar un mundo tan estrecho y resumido.

Se levantó y caminó hasta la puerta como un niño enrabietado tras recibir un castigo. Al dejar la mano sobre el pomo surgió en él la necesidad imperiosa de decir algo. Dio la vuelta sobre sus talones y observó al editor en su sobrecargado sillón de madera, era cómico descubrir al que pedía futuro sentado sobre pasado y fue quizá esta imagen la que liberó su voz.

- Seré muy breve, me largo.