Las manos sobre el freno de mano. Con gotas de sudor cayendo, deslizándose como río diminuto, sobre la piel fría. Su corazón latiendo para escapar del tórax, asco de ser parte de ese amasijo de carne, huesos y culpa que bajo el uniforme azul ve pasar las estaciones.
Se escucha el chillido de los frenos al parar y se escucha el siseo de las puertas abriéndose y cerrándose. No hay salvación para el cuerpo ahí sentado, sobre la banqueta roja que no puede girar para hacerla más baja. Mantiene el cuello rígido, la nuez apoyada sobre la soga, como haciendo tope y guía para lo que debe ocurrir.
Nadie a través del cristal se fija en el hombre que dirige el tren. La gente lee el periódico, escucha música o evita la mirada de otros enterrando sus ojos en el reflejo de los cristales del vagón.
El conductor no tiene más que hacer, no hay próxima estación. Quizá la vida fuera del metro sea otra vida. Quizá sea el Sol lo que falta y lleven razón todos los psicólogos que han hecho casa en las profundidades de su mente.
No quiere más túneles con raíles. Deja caer la palanca y el humo borra la oscuridad convirtiéndola en nube. El tren se detiene. Los pasajeros son un magma de gritos y miedo. La cuerda oscila en la cabina del conductor y queda quieta. Nada la mueve.
2 Respuestas:
Me han entrado unas ganas enormes de seguir leyendo el libro, no sé si hacia adelante o hacia atrás.
Muy buen relato.
Un abrazo
me ha gustado muxo... felicidades... muy bien escrito... un saludo
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