El comisario observaba a sus compañeros en el umbral de la puerta. Aplicaba sobre ellos esa mirada dura, nada tras la cortina, que solía usar con los delincuentes más débiles.
Abandonó la comisaría tirando la placa sobre la mesa del novato. La dejó boca abajo, haciendo equilibrio sobre la punta de una de las estrellas.
Le observaron por la ventana, viéndole marchar entre gotas de lluvia haciendo cárcel para un hombre libre. No giró el cuello. Nada de melancolía en el tranco de unos zapatos gastados de tanto correr tras sombras que huyen.
En la mesa del despacho una caja de cartón con todo lo que no se debía llevar. Ahí dejó sus informes, la agenda de teléfono, sus tarjetas, la llave de la taquilla y un par paquetes de tabaco negro. Esto último extrañó a la secretaria. Él parecía alimentarse del humo oscilante que abandonaba sus dedos al fumar.
Cuando el armero acudió a por la pistola no encontró más que una bandolera vacía y un papel amarillo doblado en el recoveco de piel para el arma. Con trazo fuerte el comisario explicaba el porqué de su marcha y el inaudito abandono de los cigarrillos. Estaba claro que para fumarse lo que le quedaba de vida necesitaba otras cosas.
Aunque fueran sus últimas balas.
2 Respuestas:
Muy muy bueno, lleno de frases geniales y elegantes que dan buena cuenta de un ambiente y una persona muy concretos.
Me gustó, lo cierto es que sí.
Muchas gracias, Luisa.
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