Esta mañana, al terminar el desayuno, he sentido como un hálito místico se colaba en mi cabeza.
Sin chascar huesos ni romper neuronas.
Como una idea que está ahí y aumenta de tamaño hasta dejar vacías las órbitas.
El fondo de la taza se me ha hecho una espiral negra. Los posos han hecho un juego girando sobre si mismos hasta ser un torbellino que salpica. Y yo perdido entre cuchicheos recogía una pelota roja. He visto un par de manos largas y luego un par de manos negras. El horizonte haciendo una curva rara, pájaros desde la tierra hasta romperse en pedazos. Haciéndose nube de leche. Después he visto un cartel, un pueblo perdido y el nombre de una calle colgando de un ladrillo apenas marrón. Debajo la puerta de una casa, un grito y luego mucho silencio.
Cuando he vuelto alguien me miraba respirando demasiado cerca. Sentía la espalda helada sobre algo parecido al suelo.
- ¿Has visto algo? - me ha dicho el camarero mientras me levantaba.
Salí del bar con paso extraño. Como si los pies se me hubieran hecho mínimos dentro de los zapatos. Al caminar unos metros un par de niños se han detenido ante mí instantes antes de sentir un ligero golpe en la pierna derecha. Al mirar al suelo he visto la pelota roja.
Y he pensado en el café.
Y he creído ver la sonrisa del camarero mientras me enseñaba sus largas manos, sus guantes negros.
Y he pensado en el café.
Y he creído ver la sonrisa del camarero mientras me enseñaba sus largas manos, sus guantes negros.
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