Soy incapaz de mirar el montón de piedras. No entiendo. Desde lejos me indican que coja una y la ponga junto al resto. Da suerte dice el guía. Seguro que vuelven aquí otra vez en la vida. Todos se miran, sonríen. Saben a qué juegan copiándose entre ellos. Mi mano se desliza hacia abajo, estúpida, e introduzco la piel entre los guijarros. Camino después hacia los susurros, hacia la actitud extraña y la mirada húmeda por la emoción. El cúmulo negro oscila a unos centímetros del abismo y ellos se sobrecogen al crear una torre minúscula, e ahí su logro. Algún que otro grito de los que ya vuelven me hace pensar en el autobús entre la niebla. Las rodillas crujen mientras dejo la piedra sobre la punta de esa creación vacía. Mi piedra lisa, negra, se escurre entre los dedos quedando en equilibrio. Hace una burla al contexto, como si en el suelo no hubiera piedras que ya se han caído. Parece que tan cerca del precipicio apenas oímos sus voces o vemos sus gestos. El autobús enciende las luces, se marcha, y golpeo de regreso el pequeño montículo sin que me vean. No siento nada mientras lo escucho caer. Ya sentado el guía nos asegura que nunca falla. Veo como todos señalan un punto distinto al otro lado del cristal y asienten. Mi compañero de viaje me golpea en el codo señalando un montón. Le digo que yo también estoy seguro de que seguirán ahí, no se caerán hasta que volvamos.
"El tipo que escucha" en "Radio Taraská" (RNE3)
Hace 15 años
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