- ¿No puedo participar aún?
- Usted no sirve, lo siento.
Manuel siempre fue constante, una gota malaya. Salió de allí con una misión y se lanzó a ella como un kamikaze. A Manuel le entusiasmaban esas historias de gente que se deja la vida como peaje para ser conocidos.
Empezó desayunando triple, como los hobbits de la película esa. Un litro de leche y un kilo de cereales. Las comidas se convirtieron en un maratón, en un no detenerse a pesar de las arcadas. Alternó proteínas con grasas de tal manera que la proporción siempre se inclinaba hacia su barriga en la balanza. Comía de todo a todas horas. Siempre sentado, jugando al tiki-taka entre sus dientes, su lengua y su reflejo faríngeo. Las cenas, más ligeras, eran una montaña de lechuga bañada en aceite, vinagre y todo tipo de añadidos que, respetando la ternera, le permitían justificar la mezcla como una muestra de cocina moderna.
Empezó desayunando triple, como los hobbits de la película esa. Un litro de leche y un kilo de cereales. Las comidas se convirtieron en un maratón, en un no detenerse a pesar de las arcadas. Alternó proteínas con grasas de tal manera que la proporción siempre se inclinaba hacia su barriga en la balanza. Comía de todo a todas horas. Siempre sentado, jugando al tiki-taka entre sus dientes, su lengua y su reflejo faríngeo. Las cenas, más ligeras, eran una montaña de lechuga bañada en aceite, vinagre y todo tipo de añadidos que, respetando la ternera, le permitían justificar la mezcla como una muestra de cocina moderna.
En sus paseos para sacar la basura o comprar el periódico los vecinos se apartaban a un lado. Manuel disfrutaba pensando en lo que iban a cambiar las cosas cuando él fuera una estrella, el más famoso del vecindario.
Observó su cuerpo haciéndose fotos frente al espejo. Un archivo único sobre su degeneración. Olvidó sus pies, dejó de ver su pene, se deleito chorreando piel en el abdomen hasta que ya apenas pudo mover un cuerpo con órbita propia.
Cuando estuvo listo caminó hasta la puerta de la televisión. Escuchó la campanilla del sensor de la entrada con gozo y se lanzó, tan lento como pudo, hacia el mostrador. La mujer le observó, cómo si estuviera considerando un diamante en bruto.
Cuando estuvo listo caminó hasta la puerta de la televisión. Escuchó la campanilla del sensor de la entrada con gozo y se lanzó, tan lento como pudo, hacia el mostrador. La mujer le observó, cómo si estuviera considerando un diamante en bruto.
- ¿No me recuerda?
- No.
- Vengo por el programa.
Manuel esperó un par de horas. Le acercaron agua y frutos secos. De los nervios no se atrevió a tocar nada. Tras firmar los documentos pertinentes Manuel entregó la tarjeta de memoria de su cámara y enumero los motivos para su espectacular cambio. Inventó una vida en la que el paro y la soledad adornaban sus decisiones con lágrimas justificadas. Le maquillaron simulando las ojeras y destacando la papada. Le vistieron con ropa ajustada, vieja y pantalones de pana. Cuando escuchó su nombre abrió una puerta de cartón y se abalanzó en el interior del plató como una ballena fuera del agua. Con respiración entrecortada subió el escalón para encajarse en la pequeña silla que le habían preparado. El par de periodistas, sobre una taburete alto, le observaron sujetando entre las manos las carpetas con las preguntas. Manuel escuchó los murmullos del público sintiendo un hormigueo en las manos.
- Hoy ha venido a contarnos su historia Manuel - dijo él.
- La pena de un hombre que come para olvidar - completó ella.
La luz de los focos empañó su piel haciéndole sentir como una olla a presión. Manuel se regocijó viendo cómo todas las cámaras giraban hacia él. Plano de perfil, plano medio y plano lejano. Todos los monitores buscando su historia y él tan sólo pudo separar los labios antes de caer. Logró que su sonrisa estampada en la alfombra diera la vuelta al mundo y que todos sus vecinos salieran en las noticias para dejar claro que no había nadie como él.
- Hoy ha venido a contarnos su historia Manuel - dijo él.
- La pena de un hombre que come para olvidar - completó ella.
La luz de los focos empañó su piel haciéndole sentir como una olla a presión. Manuel se regocijó viendo cómo todas las cámaras giraban hacia él. Plano de perfil, plano medio y plano lejano. Todos los monitores buscando su historia y él tan sólo pudo separar los labios antes de caer. Logró que su sonrisa estampada en la alfombra diera la vuelta al mundo y que todos sus vecinos salieran en las noticias para dejar claro que no había nadie como él.
2 Respuestas:
¡Fascinante!
Completamente atrapado desde el inicio del cuento y hasta su conclusión, no me vi llegar ese gran final.
Te felicito, che.
¡Saludos!
Gracias Juanito!!!
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