“Que no queda espacio para soñar si cuando estamos despiertos solo hay pesadilla”.
En la pared, tallada con la ayuda de un buril, descansaba esta oración. Justo a la derecha de la puerta de metal, para que lo leyeran antes de desaparecer engullidos por la oscuridad más absoluta. Riadas de pies descalzos que, arrastrándose, tarareaban la canción última del que se sabe condenado.
Con los ojos vidriosos. Con las manos agrietadas, sangrantes y deformes. La boca abierta, muda. Sin palabras para apagar el silencio.
El suelo era la última almohada.
Y aquellas palabras, asesinas, daban fin a sus dudas.
En la pared, tallada con la ayuda de un buril, descansaba esta oración. Justo a la derecha de la puerta de metal, para que lo leyeran antes de desaparecer engullidos por la oscuridad más absoluta. Riadas de pies descalzos que, arrastrándose, tarareaban la canción última del que se sabe condenado.
Con los ojos vidriosos. Con las manos agrietadas, sangrantes y deformes. La boca abierta, muda. Sin palabras para apagar el silencio.
El suelo era la última almohada.
Y aquellas palabras, asesinas, daban fin a sus dudas.
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