En la puerta había una gorra negra.
Primer aviso.
Al abrirla un olor ácido me golpeó la cara.
Segundo aviso.
Cuando encendí la luz me deslumbré un instante.
Tercero.
Cerré los ojos y me golpeé al moverme con una silla.
Ese era el cuarto.
Dije una palabrota, muy alto, y nadie comentó nada.
Iba por el quinto.
Despegué los párpados y el cuarto estaba vacío.
Sexto.
Su ropa hecha un montón sobre la cama.
Al séptimo me asusté.
Dije su nombre y escuché un par de gritos llegados desde la ventana.
Octavo.
Estaba ahí abajo.
Noveno, con lágrimas en los ojos.
Paseando desnudo.
Décimo.
Viejo cascarrabias.
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