Entonces reconocí la mirada de la fotografía y me aparté de la pared repelido por una descarga eléctrica. Percibí un pellizco ácido en los labios y cerré los párpados para resetear aquel estímulo. Sentí asco y miedo recorriendo mi espalda, depositando sobre ella una carga que ancló mis pies al suelo de mármol de la enorme sala. Tiré el papel informativo y abandoné el edificio como el culpable que huye de una condena. Con la imagen del niño llorando en brazos de un cadáver tallada en mi retina, mezclándose ondulante con el reflejo de una mirada indiferente sobre el cristal.
Mis ojos.
Comencé a vomitar.
1 Respuestas:
Y aqui lo bueno es salir vomitando. No ser indiferente al final. Un guiño
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