Por ejemplo, averiguar quién era la mujer que me estaba anudando la corbata porque ella no era ella, estoy seguro.
Ante la fuerza con la que apretaba el lazo solté un bufido para avisarla.
No resultó; continuó como si no me hubiera oído.
Percibí un hormigueo en la nuca y agarré sus hombros en un intento de separarla de mi pecho.
Sonrió.
Siguió apretando.
Decidí, ya con la visión borrosa, forzar sus codos para lograr que sus brazos se doblaran.
Imposible.
Apretó aún más.
Cuando quedé sin aire, desfallecido, sentí un calambre sobre la nuez y caí al suelo.
- O aprendes – sonrió - o este es el penúltimo.
Ante la fuerza con la que apretaba el lazo solté un bufido para avisarla.
No resultó; continuó como si no me hubiera oído.
Percibí un hormigueo en la nuca y agarré sus hombros en un intento de separarla de mi pecho.
Sonrió.
Siguió apretando.
Decidí, ya con la visión borrosa, forzar sus codos para lograr que sus brazos se doblaran.
Imposible.
Apretó aún más.
Cuando quedé sin aire, desfallecido, sentí un calambre sobre la nuez y caí al suelo.
- O aprendes – sonrió - o este es el penúltimo.
5 Respuestas:
Qué mujer pérfida donde las haya!, seguro que el toma nota y aprende. Y todo esto sin discutir...Grandioso.
Un guiño
Uf! Zarpado!
¿Qué ocurre, que el tipo no aprende ni a la de tres a anudarse la corbata? Tal como yo lo entiendo, me gusta el relato; aunque no sé si capto el sentido que tú le diste, Alberto. Pero me gustó el giro final.
Un saludo.
Si es que hay amores que ahogan...
Besicos
(El tipo... los hombres... no aprendemos ni a la de tres a hacernos el nudo de la corbata. Tal vez hacen falta amenazas... o amores que maten.
Y tal.)
Publicar un comentario