Sobre el papel la idea resultó atractiva; crear el mayor espectáculo posible como resultado de la suma del mundial, Tour de Francia y los Sanfermines.
La sorpresa llegó cuando el árbitro en bicicleta soltó el pitido inicial del encierro.
Los corredores, saltándose todas las normas, no pudieron resistirse a echar un partido con la gigantesca pelota.
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