El hombre gordo asoma en la puerta de la granja. Su piel suda grasa y el resto, la carne magra, ondea con cada paso hacia el tipo de rodillas junto a la caja de cartón.
El hombre gordo parece un vaso de agua a punto de derramarse. Jadea bajito, mil jadeos por segundo, y es su aliento el que golpea en la nuca del granjero instantes antes de golpearle de verdad en el brazo para llamar su atención.
- ¿Quién es usted? - le pregunta.
- Soy la visita - sonríe -. El hombre del correo electrónico.
El granjero le observa como un enano a una montaña. Entre pliegues de carne adivina unos ojos pequeños y saliva escapando de unos labios arrugados que parecen un par de costuras mal hechas. Después se limpia las manos de sangre y se pone de pie. Deja tirada en el suelo la caja de cartón llena de pollos que corren de un lado a otro. Uno de ellos salpica gotas rojas desde la base de sus patas traseras mientras intenta arrastrarse hasta una de las esquinas.
- ¿Son esos verdad? - el hombre gordo se inclina.
- Sí.
- ¿Está empezando con ellos? - el hombre gordo se levanta.
- Sí - el granjero mete la mano entre el alboroto y coge uno de los pollos. Después con el índice y el pulgar agarra un pequeño apéndice y tira de él haciendo gritar al animal más como un gato que como un ave -. Sígame - dice lanzando el pájaro sin mirar.
El granjero camina rápido, el gordo se mueve con dificultad entre la paja y el barro del suelo. Según andan dejan a los lados infinitas jaulas con infinitos pollos en su interior. Algunos son gallinas, gordas, rechonchas, cagando sin parar. Otros, una minoría, son gallos altivos de perfil delgado que introducen el pico entre las rejas. El ruido se hace insoportable y el hombre gordo agradece no entender qué dicen los animales. Todo parece gritar a su alrededor.
Cuando alcanzan el extremo de la nave el granjero señala un montón de jaulas apiladas sobre un palé de madera.
- Ahí los tiene.
El hombre gordo asiente y eso parece señal para que el granjero se dirija hacia el toro mecánico situado detrás de la carga. En unos segundos enciende el motor, levanta las jaulas y desaparece por la puerta principal. El hombre gordo regresa sobre sus pasos. Casi puede seguir, como vías de tren, el sendero que ha ido marcando unos segundos antes sobre la mierda del suelo.
El granjero descarga directamente en el maletero de la enorme furgoneta que espera en el exterior. Lo hace rápido, provocando a los pollos, haciendo caer una lluvia de plumas que deja el interior del vehículo perdido. Cuando el hombre gordo llega junto a él todo está listo para que se marche de allí.
- ¿Quiere ver alguno?
- Claro - asiente.
El granjero abre una de las jaulas y saca del pescuezo uno de los pájaros. Lo deja caer al suelo y este apenas se mueve. Sus dos patas parecen hundirse entre las plumas impidiendo que se mueva y el pico está enterrado entre una cabeza descomunal para una animal tan pequeño. Casi no puede respirar y emite un silbido. Como si estuviera desinchándose constantemente.
- Están tan gordos que ni se menean. Así pasa luego que de blandos que son se deshacen en la boca.
El granjero reintroduce al pollo en la jaula y el hombre gordo saca un sobre del bolsillo del pantalón para entregárselo después.
- Muchas gracias - el granjero se gira y vuelve al interior de la nave cerrando con un portazo.
El hombre gordo se mete en el coche y observa la carga en el retrovisor. Todo grasa y filetes en ciernes. Veinte jaulas llenas de carne de pollo. Casi no se oye nada detrás, más de uno habrá muerto del susto por el traslado y el resto estará cansado de vivir entre tanta carne inútil. Cuesta mucho respirar por una existencia así.
El hombre gordo arranca el vehículo y siente un desconocido hormigueo debajo de la bragueta del pantalón.
Con este relato termino la serie "Dogmas vs Microrrelatos"
Empecé en noviembre de 2010.
Yo me lo pasé bien.
Espero que ustedes/vosotros también.
Un saludo.
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