El hombre rico hace bailar el whisky con hielo hipnotizándose con el ámbar centrífugo de la bebida. Recorre con sus ojos el enorme puro en su mano derecha y el discreto anillo de oro en el anular de su mano izquierda. Pijama de seda sobre las arrugas, las piernas cruzadas hasta donde permiten las prótesis de titanio clavadas en sus rodillas.
El anciano observa el espejo de la habitación para enfrentarse a dos mujeres recién despertadas bajo sábanas blancas y resaca de champán caro. Señala la cartera con los billetes doblados para encontrar cuanto antes el vacío.
Entre sonrisas estúpidas le dejan sólo, no dan un portazo. Las vistas a la playa transmiten serenidad para el que la quiera.
Juguetea un rato con las pastillas azules en su boca antes de vaciar el vaso con ellas.
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