Entre cajas de cartón el hombre se transforma en inepto. Las instrucciones, sobre el parqué, son un mapa sin norte. Bufidos desesperados, nada es lo que parece, y los niños correteando alrededor mientras esperan su nueva mesa de juegos todavía a piezas. La mujer, brazos cruzados, y el vecino al otro lado, con la comisura de los labios de punto y final a una sonrisa permanente.
Él sí que sabe cómo se hace un ángulo perfecto o se giran las tuercas.
Él es la solución a unos metros.
Sentado en el suelo se revuelve entre embalajes cada vez más solo, cada vez más inútil en la impaciencia. Cuando llaman al timbre un calambre entre los dedos y un instante eterno para hacer cuentas, cábalas sobre lo que merece la pena. Escucha esa voz ronca que taladra su cráneo y el destornillador se le convierte en una herramienta perfecta.
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