Él, médico de gran ojo clínico, nunca erró un diagnóstico.
Él, hombre con sobrepeso, sintió un alfiler que explota en cristales justo encima de su oreja izquierda.
Él, de rodillas y con medio cuerpo inerte, maldijo sus amplios conocimientos de medicina.
Él, ermitaño en casa enorme, miró el teléfono a unos metros.
Él, extraño en decúbito prono, balbuceó el tratamiento.
Él, con interferencias destrozando la memoria, pensó absolutamente en ella.
Él, con los ojos desconectados, supo que nadie golpearía su puerta.
1 Respuestas:
El diagnóstico de que nadie golpea nuestras puertas lo conocemos todos al dedillo, hasta los estudiantes de primer curso.
Abrazos
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