El vecindario en la calle, las manos sobre el regazo y las faldas de paño haciendo la ola con el viento. Ojos vidriosos y naúseas, con el desayuno haciendo presión en el centro del pecho. Los coches de policía, como una muralla, iluminan las fachadas de naranja intermitente. La puerta de la carnicería abierta y dentro sombras que cubren la mercancía, sombras que se mueven hasta que aparece Ramón con las manos también sobre el regazo. Sonríe viendo a su barrio alrededor. Sonríe y guiña un ojo imitando ese gesto que siempre acompaña al filete más tierno. Cuando baja la cabeza para entrar en el coche escucha el vómito de alguien que así pone punto y final a un grito desagradable. Él, hombre de pocas palabras, enfrenta sus ojos a los del agente en el retrovisor. Un último cliente para el mantra que todo lo puede sobre el mostrador.
- Si usted quiere carne, amigo, permita que se la consiga yo.
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