Con la punta de los dedos del pie derecho. Ale-hop. La gente con la voz detrás de la glotis, llamando a la puerta para salir en un grito. Mira mamá, mira. Él, sobre el hilo de acero trenzado, sin saber que bajo el extremo del dedo pequeño, se seca todavía una gota de sangre del que hace de aquella cuerda la "obra más resistente que la resistencia misma". A oscuras y una luz que cae como un cilindro haciéndole protagonista de la magia. Diez metros sobre el suelo, oscilando tan lento y tan rápido. Observen ahora el movimiento final. El maestro de ceremonias que suma una cana más a su pelo. Algún día se nos mata, sin red y sin seguro. Él es así. Despega su cuerpo del metal y queda suspendido en el aire. El cuello tira hacia atrás y sus piernas se disparan siguiendo el juego. Todo da vueltas con su ombligo como eje. Sin miedo pasea la lengua para saborear el momento. Disfruta de ese sabor a instante irrepetible, lleno de incertidumbre en el corazón de otros. Su cabeza hacia abajo conquista poco a poco su lugar sobre los hombros. Ya queda menos. El latigazo final, rodillas flexionadas, con el que sus pies abrazan, con un surco enrojecido, el metal frío que lo suspende sobre dos piernas. Ta-chán. Aplausos. Saludo. Inclinación. Saludo. Un par de pasos hasta llegar al pequeño tablón de madera donde descansa su estúpido batín de colores con alas blancas pegadas. Sufro, pero me hace rico dice para su cuello el maestro de ceremonias. Y él, artista volátil, pone los pies desnudos sobre la superficie plana. Inmóvil hasta dejarse caer por el mástil al suelo. Allí saluda y sonríe mientras se aleja despacio. Mirando muy bien dónde pisa, haciendo equilibrios. Camina pensando que sigue ahí arriba, donde se siente seguro, invencible, mientras abre la puerta del camerino y busca una silla para caer muerto de miedo.
"El tipo que escucha" en "Radio Taraská" (RNE3)
Hace 15 años
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