El señor Francisco, cuando amanece y no hay nadie en las calles, sale todos los días a dar un paseo. Se va a la otra punta del pueblo parar comprar el periódico y leerlo mientras regresa a la residencia andando deprisa para llegar antes de que se despierten.
No quiere que al pillarle se acaben las caminatas.
Cuando llega al edificio debe tirar el diario y después regresar a la cama.
El resto del día se lo pasa tumbado. Con la baba colgando y la mirada perdida.
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