Y se vistieron para la misa de 12. Con su corbata, su camisa blanca y su chaqueta negra. Se miraron al espejo y confirmaron que la raya, bien recta, seguía trazada en su pelo. Cogieron las llaves, el monedero y el teléfono móvil (por supuesto en modo silencio). Cerraron sin hacer ruido la puerta de casa y bajaron a la calle con una sonrisa afable en el rostro. Miraron al cielo, se santiguaron y comenzaron a andar.
De repente uno de ellos se detuvo dándose una palmada en la frente. Volvió a toda prisa sobre sus pasos y cogió, casi la olvidó, su bendita pistola.
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