Y da otro bocado, gruñendo, protegiendo con su cuerpo la comida. Dejando caer sobre sus morros el líquido verduzco que escapa del interior de la fruta. Alrededor los dedos afilados de los demás sacuden el aire luchando por conseguir un pedazo equivalente, con rabia por no haber cogido el que ahora él traga casi sin respirar. Al terminar se limpia los labios para seguir gritando, la boca hacia arriba, como pez en estanque repleto. Su cuerpo se mimetiza con el resto en un espasmo.
Me digo “ya no son niños” y lanzó más alimento.
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