La liebre sacudió el paraguas, se quitó el calcetín blanco que usaba como gorro en invierno y subió las escaleras corriendo. Estaba nerviosa, acelerada. Alcanzó la sala número dos en un santiamén y abrió la puerta sin cuidado. Olisqueó el ambiente antes de sentarse. Llevaba demasiado tiempo esperando el alegato y para ella cada retraso se había convertido en indicio claro de culpa por parte del denunciado. La puerta se abrió de nuevo y ella apareció en la sala. Estaba empapada y sonriente. Las gotas de lluvia resbalaban sobre su piel otorgándole textura de plástico. Sonrió a la liebre antes de sentarse. Mostraba un rostro sereno salpicado por arrugas que dibujaban bondad. El juez carraspeó dando inicio a la vista. La liebre, dispuesta a terminar con el cuento, comenzó a hablar deprisa, acelerada.
- Sí, la tortuga ganó la carrera – alzó una pata - ¡pero se había dopado!
2 Respuestas:
hay, sí un paisano tuyo esta ahora con un porblema de estos espero que se le solucione pronto. yo creo que seguro que alberto contador jamas se ha dopado admiro mucho su trayectoria profesional
un saludo
Excelso, que buena interpretación del refrán.
Un abrazo, te sigo.
http://elvagabundodelaweb.blogspot.com/
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