Abuelo y nieto se meten muy temprano en el coche, en esas horas en las que noche y día se unen entrelazando sus sílabas. Hacen los primeros kilómetros en silencio, el mayor imagina una serpiente gris como carretera y el pequeño disfruta del paisaje como regalo. Señala cada casa e intuye en la distancia su destino. Se detienen en la gasolinera del primer pueblo de la nacional. Comen un cochinillo muy pequeño, encogido en la cazuela de barro como si tuviera frío. El abuelo le permite descubrir al nieto la unión de un buen tinto y cualquier pedazo de carne. El niño arruga los labios al sentir sobre su lengua el golpe ácido, dulce, fuerte y afrutado de la bebida hasta ese momento exclusiva para padres.
Vuelven al coche y completan el camino hasta la vieja casa de ladrillo blanco y tejas negras. Esquivan piedras, vacas, gallinas y un par de pastores que alzan la garrota al verlos pasar. La puerta de madera se queja al abrir dejando escapar del interior ese olor a cerrado que sólo se cultiva en las casonas de pueblo. El nieto sale disparado hacia la chimenea tropezando con todo lo que se encuentra hasta llegar a ella. Entretanto el abuelo echa otra vez el pestillo y entra en su habitación. Allí se quita la ropa poniéndose cómodo.
El crío irrumpe tambaleándose en el cuarto y le tira del brazo para que vaya con él. Su abuelo sonríe invitándole a otro trago de la botella de vino. Cuando el niño cae junto a sus pies enciende la luz y hace cuidadosamente la cama. Coge a su nieto en brazos para dejarlo sobre las sábanas. Después le desviste. Se estremece al recordar que él también estaba borracho la primera vez.
Dogmas vs Microrrelatos. 14. Prohibida la melancolía.
3 Respuestas:
Uff, me has dejado los pelos de punta.
Abrazos
(Su: gracias.
Aunque estas sean "raras" para un relato "extraño".
Un saludo).
Ufff yo también. Me quedé de piedra ante tal barbarie repetida en el tiempo...
Un saludo indio
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