El padre prior es todo un ejemplo. Despierta el primero, pone el sol en el cielo, y canta a maitines como el gallo a pecado. Frente al altar, como una estatua de sal, reza apretando los labios. Deja salir las palabras un poco, solo un poco, para que nuestro Señor las oiga pero nadie las comparta. Rezar es un secreto entre dos. Trabaja después sin descanso. Abre la puerta, abre la arena, siembra semillas y camina descalzo entre surcos para no estropear las hierbas pequeñas que luego son fruto. "Caminar en el huerto es no hacer daño a las plantas que nacen, dejarlas crecer sin sombra y guiarlas al cielo rectas, sin despiste, para que la luz las bañe en todos los recovecos". Ese es el símil que aplica después a la Obra. Rezar, cultivar y silencio. Termina los días como el que cierra un libro buscando un punto y final para un trabajo bien hecho. Cierra su celda por dentro y apaga las velas con esas lágrimas que siempre se le escapan al mirar hacia fuera por la ventana.
Salamanca, delante de una calavera con una rana en la cabeza.
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