Al salir el sol, de noche, mi madre dice que puede ver un fantasma. Y mi madre es muy lista, aunque mi padre y mi hermano no le dejen salir de casa. Ella hace el hogar y a veces llora mientras prepara la sopa una pizca más salada. Si me quiere decir algo yo me pongo frente a la ventana, como antes, para que le salgan las palabras al campo y den un paseo hasta esos árboles desnudos que no sirven para nada. Sabe que hablar de esas cosas con ellos es motivo de pastilla. Y no quiere tragar si no hay ganas.
Cuando mi hermano le grita o mi padre le pega yo me pongo a su lado y le consuelo al oído. Hoy me ha dicho que no puede más, que se marcha, que su vida es la muerte en otro sitio. Después de mucho susurro hemos llegado a un acuerdo.
No es justo que esa sea la única forma de cruzar la puerta y salir de casa. No merece un punto y final si no ha tenido un punto y seguido. Esta noche, cuando salga el sol, les dejará terminar la sopa, tranquilos. Abrirá la ventana y les mostrará su fantasma. Me los llevaré al otro lado, para que se queden conmigo.
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