Está cansada de pasear por su boca o, peor, quedar atrapada entre sus labios. Su vida es un ir y venir entre el húmedo olor a viejo de su saliva y el baño de jabón que intenta purificarla todas las noches. Ella siente asco y apenas disfruta entre los dientes de otros, con suerte más jóvenes y con la delicadeza de otro sexo en el paladar.
Hoy celebra una fiesta, orgía de manteles y mesa puesta, en la que los invitados arrastran con lujuria la lengua sobre sus compañeros . No soporta los sorbos en el cristal y el tintineo sobre los platos traduce un grito de socorro que se apaga entre las paredes de la cueva mucosa en la que todos son prisioneros.
Ella no puede más y cuando cae en la sopa ardiendo se las ingenia para atrapar un pedazo de carne que ha escapado al colador. El hombre, tras alzarla ante sus ojos, cierra los labios sobre su cuello momento que ella aprovecha para lanzar el trozo estofado, duro y compacto, sobre su garganta.
Con el primera estertor sale disparada golpeando en la pared cayendo después al suelo. Allí disfruta del festival de golpes y gritos mientras imagina una nueva vida.
Nada de bocas, labios y purés.
Tan sólo descanso y hacer brillar su elegante plata.
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