La sopa está fría, mi madre últimamente no se entera. Menos mal que está el microondas. Los treinta segundos se me hacen eternos. Me molesta el soniquete de la radio. No sé para qué la dejan puesta si la abuela ya no la puede oír. Está sorda y sólo sonríe, parece una niña pequeña con una careta de arrugas.
Ahora falta la cuchara. En realidad lo que pasa es que me ha puesto una demasiado pequeña.
Joder.
Si utilizara ésta me tiraría más de treinta minutos comiendo y luego resulta que tengo gases. Y me duele la tripa. Y mi padre se cabrea porque no le dejo escuchar las noticias tranquilo.
Otro viajecito a la cocina, a buscar la cuchara perfecta. Como si tuviera todo el tiempo del mundo para comer, como si no tuviera otra cosa que hacer.
Me apetece dormir la siesta después de jalar.
Ahora todo parece en su sitio. Al menos esto es algo transitorio y cada día que pasa es uno menos hacia mi independencia.
Me tiro un pedo y mi madre sonríe.
Todos sonríen con mis pedos.
Después abro la boca mostrando la lengua y mis encías sin dientes.
Está bueno el potito.
Aunque prefiero el jamón.
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